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Para ella verlo aquel día fue algo peculiar. Probablemente fue un hito que impidió que millones de cosas le pasaran, pero que también fue el paso para que otras miles sí ocurrieran. Ella siente que —a pesar de que no fue así— fue todo bastante instantáneo, aunque cree firmemente que los instantes no existen. Podría decir que todo duró un otoño corto, una lluvia de verano, o esos pequeños rayos de sol que intentan abrirse paso entre las poderosas nubes de invierno.

Luego de tantas primaveras, cualquiera creería que olvidó ese momento. Aquel cortísimo suceso que definió el resto de su existencia. Pero bien, no es así, y les aseguro que ni aunque lo trajeran de vuelta a cambio de olvidar ese recuerdo lo haría, porque está segura de que todo está perfecto como ya está hecho. ¿Que si lo extraña? Esa es una pregunta totalmente fuera de lugar. Es algo obvio. Fue el amor de su vida, su par. Con quien compartió la cama desde antes de la mitad de su vida. Con quien habló de todos los temas existentes, con quien rio y peleó hasta el llanto. Con quien compartió cada segundo de intimidad restante, quien la hacía arder, aquel que fue su primer —y último— amante.

Se escucha muy perfecto, ¿no? Yo creo que sí lo fue. Los bajos fueron momentos donde ambos demostraron su fortaleza. Y los altos, los bellos y duraderos altos —aunque esto no significa que las tormentas fueran cortas—, fueron el tiempo que tuvieron para sacar de sus escondites a sus debilidades.

Tú que bien sabes en el lecho santo

que ahora para siempre nos separa.

Igual que yo lo sé, pero el quebranto

de la desilusión me desampara.

Hoy el recuerdo nada más me asiste,

con su dolor que el alma me arrebata:

sólo aquellos recuerdos que impusiste

y que regaste por la vida ingrata

Ahí es donde termina su discurso.

Habrán notado que no soy ella, que ninguno de ustedes me conoce, y que perfectamente puedo ser un impostor. No confíen en sus prejuicios. Es bastante difícil, pero adivinen algo: eso fue lo que ella y él tuvieron que hacer para llegar a donde llegaron. Aprendieron a pensar fuera de lo que les enseñaron, olvidar todo lo que desde pequeños sus padres les habían inculcado. Y, ¿les digo con qué fin? Pues, amarse, como ya está bastante claro.

A pesar de lo que cualquiera llamaría mi "don" nunca supe con certeza si llegarían a cumplirse mis predicciones.

Para que puedan comprender realmente de que se trata todo esto, nos tenemos que remontar a un día de la primavera del año 37. Ambos habían cumplido años en fechas muy cercanas el pasado septiembre, por lo que, a la fecha, ella tenía 15 años, y él estaba por fin a un año de la mayoría de edad. Tenía grandes planes para su futuro, siempre quiso convertirse en marino. Desde que su madre le regaló un barco un barco de papel de diario pintado con pintitas rosadas y celestes, cuando tenía ocho años, supo que tenía que dedicarse a eso, a la vida en el mar, pero lo que realmente impulsó ese prematuro deseo no fue el presente de su madre.

Su padre, marino muy respetado en la comunidad, un hombre muy sano, buenmozo y bastante alto, había muerto recientemente en una simulación de combate, donde él y todos sus compañeros estaban armados. Fue sólo un accidente, el que complicó mi misión. Nicanor siempre se me estaba escapando. Tendría que haberlos emparejado dos años antes, pero él siempre se escabullía.

Los planes de vida de Amelia, por otro lado, jamás fueron un obstáculo. Hija de obreros, llevó una vida sencilla con una sonrisa resplandeciente que ni el día más gris le podía arrebatar. Era una muchacha muy valiente, llena de virtudes tanto físicas como psicológicas.

Ese día, de los primeros de esa primavera. El clima estaba bastante extraño, como si él mismo supiera que había sido elegida esa oportunidad especialmente para que se cumpliera mi profecía. Había una concentración bastante extensa de nubes por el norte, y en el sur se veía un sol mucho más radiante que días anteriores. Amelia, en su curiosidad, aún con su ropa de dormir puesta, salió al pequeño jardín trasero que su casa le brindaba. Inhaló profundamente, y exhaló tan sonoramente que espantó a un par de pájaros que estaban posados en las ramas del manzano que su abuelo plantó cuando nació. Entró a la casa y sintió un escalofrío que le recorrió de la cabeza hasta las puntas de los pies. Si, estaba segura. Algo ocurriría ese día, y sería importante. Se sacudió un poco y volvió a su habitación. Se quitó lo que tenía puesto y entró al baño. Se dio una ducha, y al salir buscó entre la reducida cantidad de prendas con las que contaba, algo lindo para usar en esta ocasión. Entonces fue cuando recordó el vestido que le habían regalado hace tan solo una semana, por su anteriormente mencionado cumpleaños.

Muchas coincidencias les obstaculizaron los quehaceres a ambos aquel día. Comprenderán, estimados asistentes, que el causante de aquellos baches, fui yo. Nicanor tenía que comprar pan, no iría a la tienda que estaba a la vuelta de la esquina, pues estaría cerrada. Y obviamente los libros que Amelia quería comprar no estarían disponibles en la librería que más cerca le quedaba. Tendría que ir a la biblioteca del pueblo, la cual está en la plaza central, y, ¿saben qué? La única alternativa que Nicanor tenía para comprar el pan estaba ahí también. Lo único que me quedaba hacer era esperar una coincidencia extra, que no estaba en mis manos.

Podríamos decir que esperé un milagro.

Fue cuestión de segundos. Se miraron, y prácticamente en el juego de sus ojos quedó todo el proceso de enamoramiento para ambos lados.

Ahora les hago una pregunta, una sencilla. ¿en qué época del año estamos? ¿qué estación es?

—Primavera— dijo alguien entre los asistentes.

Así es. Por si aún no lo deducen, exactamente hoy, hace 97 años, Amelia y Nicanor se conocieron. Para todos debe ser una sensación extraña la que les recorre el cuerpo en este momento. Al menos para mí si lo es. Ambos son el reflejo de todo el esfuerzo que puse a lo largo de mi vida. Me gustaría poder explicarles como me siento, pero explicar los sentimientos es una de las cosas más difíciles que hay. Aunque, puedo asegurarles que Nicanor y Amelia podrían hacerlo sin ningún problema. De todos los seres con os que he tenido que intervenir, ellos dos son los que mejor entendieron todo el proceso. Ellos realmente entendieron lo que puede llegar a significar el amor.

Discurso Fúnebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora