Infortunio

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Aquel cielo crepuscular y policromático ya no era de los colores que usualmente se podían apreciar a horas de la mañana; aquel cielo era diferente. El cielo se había tornado lila, las nubes se pintaron de un gris espeso avisando la venida de la lluvia, algunas de las masas grises del aire eclipsaban los rayos del sol por los que se veía un destello radial tenue de color lila. Parecía una escena apocalíptica. Todo ocurrió en un minuto y los cielos se mantuvieron de esa misma forma. Desde abajo las calles eran oscuras, a pesar de estar amaneciendo aún, el panorama oscilaba de una fuerte tormenta, llegando a parecer un huracán. El color de las calles era gris, todo estaba oscuro, el sol irradiaba aquel destello de luz lila que pintaba todo el cielo. El solo era imposible de ver y lentamente las espesas nubes lo cubrían todo, dejando todo casi a oscuras. A pesar de aquel tiempo catastrófico, ni una gota había caído hasta el momento. No se escuchaban truenos ni se avistaban relámpagos con su luz casi incandescente. El cielo simplemente cambió su color repentinamente y básicamente el sol desapareció, a manos de aquel extraño racimo de nubes grises y pesadas. Quizá solo será algo de un rato; se irá al pasar unas horas, todo volverá a la normalidad como siempre suele.

Lo que se suponía un mediodía caluroso y lleno de rayos solares, era un día frío, gris y deprimente, escaso de alegría. Parecía una ciudad cínica, gótica, una ciudad fantasma habitada por humanos.

Aquellas nubes se extendían hasta el horizonte, uno podía subirse a la torre más alta y veía la oscuridad extenderse más allá del infinito, a los confines de la tierra y darle la vuelta al globo. Poco a poco lo que quedaba de esa luz lila y del sol casi transparente, se vería opacado por la intensa masa de nubes, carente de agua, pero llena de oscuridad y mal augurio (como dirían espiritistas y chamanes). No tomaron muchos días antes de que solo unos cuantos países vieran por última vez el crepúsculo lila inexplicable por científicos, astrónomos y geólogos. Algunos comentaron como el cielo se hacía amorfo y tomaba formas inexplicables, oblicuas, creando una paleta de colores lila y morado en el cielo, moviéndose lenta y onduladamente, casi hipnotizante, antes de ser ocultado por las nubes y jamás volver a ser visto. Entonces la tierra estaba a oscuras, inmersa en nubes grises y espesas carentes de agua o relámpagos.

Algunos hombres del mar afirmaban ver como los peces salían a flote, como camarones se dejaban ver e inundaban el mar con su difunta presencia. Otras bestias marinas se desbordaban en las costas, inertes, sin razón de muerte aparente. Las aves migraban a cada hora, lo que pintaba el cielo de negro constantemente. Eventualmente muchas de las aves se desplomaron en las calles, los tejados, las aceras, el mar; todo ilustraba el fin de los tiempos.

Ciertamente era el fin de los tiempos, comentaban los locos desde los sanatorios y las calles de las grandes ciudades. Realmente el mundo llegaba a su fin, negando todas las teorías antes propuestas. Pero de qué morirían los humanos si aún seguían con vida e investigando estas anomalías cósmicas. Aquellos satélites terrestres que conectaban con satélites fuera de la tierra perdieron conexión, era imposible ver la tierra en su estado actual. Lo más cercano a ello era una tierra gris, un planeta desierto y olvidado, aunque turbio por los hechos recientes.

Una noche, la humanidad decidida en aceptar su final, vio como los cielos se abrían, viendo un panorama jamás antes visto desde la prehistoria, e incluso mucho antes del Toba. Parecía una imagen diseñada a computadora, pero los ojos humanos reflejaban aquella imagen claramente como cristales de un espejo. Las estrellas, galaxias, cometas, planetas, todo; todo se veía cerca y en constante movimiento, como si los cielos se hubieran despejado. Fue el mejor panorama del cielo antes visto. Era cautivante, hipnotizante. Quizá no era el fin de los tiempos sino un nuevo comienzo, una segunda oportunidad de cambiar todo. Aunque aún había preguntas sobre aquel cielo lila en su forma más amorfa. No había nubes en el cielo, pues se habían esfumado todas. No había rastro de nubes, o solo o luna, no parecíamos estar en el sistema solar siquiera. Todo alrededor de la tierra se había convertido en solamente un universo tranquilo y quieto.

Ya no había día, por lo tanto, no había noche, ya no existía el tiempo sino solo en la existencia humana. Las horas eran irrelevantes si todo seguía en el mismo estado. Pero sin tiempo no hay avance. Sin horas no hay un límite para algo. Posiblemente hayamos encontrado la inmortalidad lejos del sol y la luna, como si fueran los jueces y dictadores de una sentencia final. Pero a la vez sería un problema pues los viejos seguirían viejos y los jóvenes seguirían jóvenes, entonces más que una bendición, sería una maldición la vida eterna. No era el infierno que se mencionaba en la biblia, no era el cielo que prometían los padres. No. Ciertamente era el fin de los tiempos, el fin de la era humana, aunque el comienzo de la misma. Quizá se acostumbren a vivir así en la nada, pero qué sucedería con las enfermedades cancerígenas y terminales; sería la tortura eterna a manos del universo mismo, sin la mano de un dios omnipotente o el infortunio de un demonio para cumplir condena. Somos nada, en la nada, por siempre, aunque el siempre no exista, descartado el tiempo, entonces la tierra se fue a un limbo donde matemáticamente, permanecerá ahí un número infinito de tiempo (aunque el mismo no sea), entonces se recurrirá al suicidio, la eutanasia, hasta que de la raza humana solo queden los vestigios, las grandes estructuras, los puentes, los inmensos mares y la penumbra eterna. Solo quedará la nostalgia, más ningún ser para sentir la misma. Ciertamente, decían los locos en las calles, es el fin de la humanidad. 

InfortunioWhere stories live. Discover now