Prólogo

20 0 0
                                    

Los judíos siempre han sido odiados a lo largo de la Historia. Se les ha culpado de matar al esperanzador Mesías, luego fueron expulsados de Europa. Sin embargo, existe un suceso que aconteció ayer—históricamente hablando—: la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué os estoy contando esto? Porque tengo necesidad de hacerlo y más al haber ido a la antigua casa en el pueblo de mi madre recién fallecida.

Había pasado allí toda mi infancia hasta los veintidós cuando por fin eché a volar a la ciudad. Hubiera sido capaz de andar por los pasillos y salones con los ojos cerrados sin tropezar. Subí las escaleras. Paseé nostálgico de habitación en habitación. Entonces me topé con las escaleras que daban al desván. Desde abajo miraba curioso la puerta; mamá nunca me dejaba subir y me contaba historias de criaturas tenebrosas que vivían ahí arriba. Pero por desgracia ahora ella no estaba. Y yo me moría de ganas por matarme la curiosidad. Así que subí la escalera.

La puerta chirrió. La luz se colaba por una ventana enana. El polvo ensuciaba todo. Había muebles viejos, cosas rotas, las jaulas de los hámsters que tenía de pequeño. Y cajas por doquier. En todas ellas descansaban revistas y periódicos para los que mi madre había trabajado de cuando ella ejercía de periodista. También había cuadernos con anotaciones, y entre todos estos materiales reparé en una grabadora. Llevaba una pegatina escrita con un nombre y un año: «JOHANNES BAKKER, 2000». Pulsé el play y comenzó a sonar la voz de mamá. Mierda, se me saltó una lágrima al escucharla hablar...

—¿Cuál es su nombre, edad y nacionalidad?

—Johannes Bakker. Setenta y siete años. Holandés —contestó un hombre que yo no conocía.

—Esta entrevista está siendo grabada para un futuro análisis de la historia que me sirva para meditar qué escribir de manera correcta y con los menores errores posibles —decía—. ¿Está de acuerdo?

—Por favor, señorita, tutéame.

Las faltas de ortografía de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora