Yo y mis hermanos vivíamos en paz, alejados, descansando, lejos de la gran ciudad.
Todos juntos hacíamos parar viento, éramos fuente de vida, sombra y alimento.
Por eso mismo, siempre fuimos tan preciados.
Por ser capaces de dar frutos nunca imaginados.
Los jóvenes venían a hacer sus travesuras, jugando con nuestro pelo, de amor no había duda.
Ellos recorrían nuestra tierra velozmente, mientras otros escondidos mostraban gran astucia.
Por eso mismo, siempre fuimos tan preciados.
Por ser capaces de cuidar a ellos todo el rato.
Un gran día, pleno sol, en verano, venían ciertos chicos, se acercaban riendo y jugando.
Pero algo ellos tramaban para nosotros. Vinieron con objetos punzantes, para aquí apuntando.
Por eso mismo, ya no éramos preciados.
Por ser culpables de ocupar su poblado.
Uno a uno, fuimos cayendo todos. Los vi romperse en dos, hasta estar solo.
Sólo quedaba yo, yo y mi gran peso. En un momento yo me encontré roto.
Por eso mismo, yo era el más preciado.
Por ser de calidad, y ser una casa en su poblado.
