Prólogo

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Una densa capa de humo inundaba el comedor de la prisión. Las voces de algunas presas, acompañadas por los gritos y golpes de varios funcionarios, retumbaban entre las paredes. Todo, absolutamente todo, se había convertido en un caos en cuestión de segundos. Miriam ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí.

—¡Rodríguez! —escuchó la voz repugnante de uno de los funcionarios, que se acercaba a ella con los ojos inyectados en sangre—. ¡Me las vas a pagar!

Se abalanzó sobre ella tan rápido que no le dio tiempo a esquivarlo, y cuando se vino a dar cuenta, ya estaba tirada en el suelo con el hombre encima. La agarró del cuello con fuerza, y Miriam, aún sin poder moverse, le escupió en la cara. Sentía como la ceniza de las llamas le caía sobre la frente y cómo las manos del funcionario, grandes y bruscas, le presionaban la tráquea. Hizo todo lo posible para zafarse del agarre de aquel hombre, pero no fue hasta que una presa agarró una silla y golpeó al individuo en la cabeza cuando pudo liberarse. Cayó desplomado al suelo y Miriam le lanzó una mirada de agradecimiento a la reclusa, que hizo un gesto con la barbilla.

—¡¿Dónde está Mimi?! —gritó, más bien al aire y al humo que había en la habitación, porque nadie pareció escucharla—. ¡Necesito encontrarla!

Pero nadie le respondió. Más que nada porque tanto presas como funcionarios estaban luchando para no morir ahogados por la ceniza o quemados por el fuego. Miriam notó como el sudor le recorría la frente y se lo limpió con el antebrazo. Necesitaba encontrar a Mimi antes de que la prisión se convirtiera en un torbellino del que sería imposible salir.

Corrió por los estrechos pasillos y avanzó entre la multitud, esquivando golpes y arañazos. Iba demasiado cegada en su objetivo. De hecho, nada ni nadie más le importaba. Ella solo quería encontrarla... Antes de que fuera demasiado tarde.

Saltó una de las mesas que había en la parte de abajo del módulo cuando observó como otro de los funcionarios se acercaba a ella. Llevaba una herida en el labio y la camiseta llena de agujeros. El hombre, al que Miriam había visto a menudo en esa prisión, le sonrió con desdén antes de sacar un revólver de su pantalón. La rubia tragó saliva y por primera vez en todo el tiempo que llevaba ahí, miró al suelo. Y de hecho, por un momento, prefirió no haberlo hecho: había cadáveres por todos lados, y la mayoría eran de presas, lo que provocó que una ola de furia se apoderara de ella.

El hombre tosió con angustia, sacando a Miriam de su ensimismamiento.

—Tú has tenido la maravillosa idea de esto, ¿verdad? —La voz de aquel funcionario causó que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. Miriam apretó la mandíbula—. Vas a acabar igual que ellas. Todas sois unas hijas de puta.

Miriam se quedó callada y aprovechó el tiempo que el hombre dedicó a hablar para organizar mentalmente el contraataque. Contempló como la apuntaba con el arma y suspiró. Apretó los dos puños antes de salir disparada hacia el individuo y tirarlo al suelo. Sin embargo, el sonido del revólver no tardó en esparcirse por toda la sala; la bala le había rozado el hombro. Miriam, todavía encima del aquel ser despreciable, se hizo con la pistola y lo golpeó en la cabeza varias veces, percatándose de cómo el rostro comenzaba a encharcarse de sangre.

No fue hasta que sintió como una presa tiraba de ella cuando salió de esa nube de odio y furia que no la dejaba pensar con claridad.

—¡No tenemos tiempo! —le dijo, llorando y respirando con dificultad—. ¡No tenemos tiempo, Miriam!

La joven se miró las manos, temblorosas y cubiertas de sangre, y asintió. Se agachó, con el corazón latiéndole a mil por hora y cogió el revolver. Apuntó al hombre y suspiró. Se lo merecía, ¿no?
Miró a la reclusa y esta simplemente asintió, y Miriam, cegada por una ira que la hacía perder la cordura, le disparó. Y durante una milésima de segundo, la adrenalina que te produce matar a alguien se apoderó de ella. Y gritó, tal vez por miedo, tal vez por angustia... pero el nudo que tenía en la garganta, en lugar de reducirse, se hizo mayor.

—¡Están saliendo por la puerta de atrás! —oyó cómo una voz hablaba a lo lejos, pero ella tenía la mirada perdida en el rostro ya desfigurado del hombre—. ¡Dicen que aún queda gente en la enfermería!

Esa palabra fue la que logró que Miriam despertara de la parálisis de miedo en la que se encontraba y comenzara a correr hacia ese lugar. Su mente hizo clic y su objetivo volvió a golpearla: necesitaba encontrar a Mimi.

Every breath you take // miriam²Where stories live. Discover now