1. Preguntas

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"Es que tendrías que haber elegido un ambulatorio, hija..." 

Era la frase que más repetía su madre, desde que Mimi trabajaba en una prisión. Y ella siempre hacía lo mismo; encogerse de hombros. No es que la cosa estuviera para elegir, el trabajo era trabajo. Pero bien era cierto que al principio había estado reacia a trabajar en una prisión. Fue más como un plan B donde invertir su tiempo libre, que el fin que buscaba al terminar la carrera. Fue sin pensarlo, salieron las oposiciones y ella se presentó. Con tanta suerte de sacar plaza. Y lo siguiente que sabía era que se mudaba a Madrid para dar el curso teórico correspondiente y así como las prácticas que la prepararían lo suficiente como para ser enfermera de prisiones.

¿El sueldo? Pues no estaba mal. ¿Las compañeras? Pues no tenía y el ambiente no podía decir que fuera el más idóneo. Pero a todo terminabas acostumbrándote, ¿No?
Además era bastante distinto a como lo habían pintado las películas y series de televisión. Cosa que casi la defraudó.

Una de las ventajas era que no le daba cuentas a nadie y que trabajaba a su aire. Tenía a su disposición a un médico de guardia con el que podía contactar cualquier día y pasaba consulta una vez por semana. Para todo lo demás, se encargaba ella.
Lo más común eran resfriados, dolores generales, controles de tensiones y glucemias. Alguna que otra placa, así como unas cuantas peleas. Puntos había cogido unos cuantos ya.

Aquella mañana, como todas, Mimi llegaba con media hora de más, para poder tomarse su café tranquila. Ya cambiada en su uniforme, un pantalón blanco y una camiseta de arco iris y unicornios, todo muy llamativo, para no pasar desapercibida. Después de todo, era Mimi y lo último que quería era vestir de blanco nuclear o colores oscuros que le dieran al lugar un mayor aspecto de cueva lúgubre.

Desde que ella ostentaba la enfermería, había puesto plantas, decoraciones e incluso había llenado las paredes de carteles que le parecían interesantes. Uno de los que más miraba era la pancarta del último día de la mujer, donde medio país se echó a la calle; aquel sentimiento de sororidad y hermandad que primó durante esa jornada, era el que quería que reinara en su espacio.

Ella estaba al margen de todo, no le importaba el pasado de ninguna de las presas, y no estaba ahí para juzgarlas. Lo único importante era lo que aparecía en su historial médico. Y su afán era, no solo enmendar todas las heridas que pudiera, las que se veían y las que no, aunque solo fueran los minutos que pasaban por allí.

En el centro del pequeño pasillo, había una mesa alta, con una planta y un bol lleno de caramelos. En la pared de la derecha, según entrabas, había una camilla, y en la de izquierda tres boxes con todo lo necesario para una hospitalización. Al menos mientras no estuviera muy grave. Lo que más atendían ahí era algún que otro virus estomacal.

Emoción, lo que se dice emoción no se vivía mucha. Pero Mimi estaba ahí por el lado más humano de la enfermería y no el médico.

—¡ENFERMERA! —escuchó un grito al otro lado de la puerta. Soltó el café de golpe en la mesa y se encaminó a abrirla, para encontrarse a un guarda que arrastraba de malas maneras a una de las presas. Una melena de cabellos rizados y salvajes, venía sujetándose la nariz y con las gotas de sangre dejando un camino tras ella.

Mimi empujó la puerta con su espalda y agarró del brazo a la chica para sentarla en la camilla.

—De aquí no sale —le avisó a Mimi—. Vas directa a aislamiento, Rodríguez. Estabas advertida —anunció el hombre mientras andaba de espaldas a la puerta, señalándola, escupiendo sapos y culebras por la boca. Sin duda no era uno de los que más paciencia tenía.

La enfermera, sin embargo se dedicó a lo suyo, y se colocó los guantes antes de acercar sus manos a la chica, de forma lenta para que viera sus intenciones. Levantó su barbilla y observó a través de su nariz. Estiró la mano para coger un buen puñado de servilletas y se lo dejó en la camilla a su alcance.

Every breath you take // miriam²Where stories live. Discover now