Coraline entró en los comedores pasadas las once de la mañana. Allí quedaban solo algunos rezagados, ya que los horarios en la Arkana eran estrictos en la medida de las posibilidades de los niños y muchachos que allí habitaban, jóvenes que, en su mayoría, lo habían perdido todo y que cargaban con tantas heridas físicas como emocionales. Sobre todo, emocionales.
La muchacha hizo una mueca con el rostro, pues el par de puntos que había recibido en el pómulo le tiraban, ocasionándole molestias, pero por suerte el capitán Schulz había hecho un buen trabajo con la herida y esta no se había infectado.
En cuanto la vio llegar, su amigo Leo le salió al paso.
—¡Cora!
—Hola —respondió ella, con serenidad.
—¿Dónde demonios estabas? Desapareciste anoche y... ¿Qué te ha pasado? —añadió, paseándole el dedo sobre el hilo casi imperceptible.
—Sufrí una crisis. Otra. Y me di un mamporro. Acaban de coserme.
—¿Por qué no te lo han cerrado con el láser?
—No funciona. Por la caída de energía, supongo; hubo que hacerlo por el método tradicional. ¿Y sabes qué? ¡Duele!
Coraline rebasó a su amigo y continuó caminando hasta sentarse en el extremo de la larga banqueta metálica que rodeaba el perímetro de la enorme sala. Leo la miraba con los brazos en jarra mientras ella sonreía, con la espalda apoyada en la pared.
—¿Por qué te ríes? —preguntó el muchacho—. ¿Desde cuándo es el dolor una buena noticia?
—No es una buena noticia. Pero Vicksor estaba conmigo durante la crisis. Él me ayudó.
Leo negó con la cabeza, tratando de reprimir una débil sonrisa y tomó asiento junto a la muchacha, con la espalda encorvada hacia adelante y sus propias manos entrelazadas.
—Al menos, sabría cómo actuar.
Ella asintió.
—He dormido en su habitáculo. Me metió debajo de la ducha y me... desnudó para acostarme en su cama.
—Dime que no ha pasado nada —espetó el joven, irguiéndose.
Coraline chasqueó la lengua, algo molesta por el tono que Leo había empleado.
—No, claro que no pasó nada. Pero, ¿por qué lo dices de ese modo?
—Porque ya sabes lo que pienso; creo que lo que te pasa con Schulz es un auténtica locura. Él es el capitán, un soldado del ejército, un señor de veintiocho años, para más señas, casado. Y tú, una refugiada de guerra, de diecisiete...
—Dieciocho en un mes —lo interrumpió ella.
—Y algo así como un experimento en la base que él dirige —sentenció su amigo.
—Sí, sé todo eso, Leo. Me lo recuerdas cada día —espetó ella, cruzándose de brazos.
—Te lo recuerdo porque se te olvida constantemente y además, no...
Leo guardó silencio cuando la espigada y esbelta figura de Iria entró en la sala. No era habitual verla en los comedores; ni siquiera lo era cruzarse con ella en las zonas de acceso de los residentes de la Arkana, ya que en las escasas ocasiones que los visitaba, solía ser tan solo para reunirse con los altos mandos de la base, es decir el capitán o alguna de sus personas de confianza. Por ese motivo, Leo imaginó que algo importante debía de haber ocurrido para que la Presidenta de la Delegación se hubiera «rebajado» a mezclarse con ellos, y algo le decía que su mejor amiga tenía mucho que ver.
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El Pacto de Vladyan
FantasyAño 2201. La Tercera Guerra Mundial ha sido el golpe de gracia para un planeta al que la Comunidad Científica no le da más de dos años de vida. Sin embargo, la humanidad no ha sido aún capaz de hallar nuevas posibilidades en el universo, más allá de...