Aquel jueves la alarma sonó, como todas las mañanas desde que comenzó su 1er año de Bachillerato, a las 7 de la mañana, despertándole de un sobresalto tal que casi podía sentir como el corazón se empeñaba incesante en escapar de su pecho. Guillermo tuvo que luchar contra sus párpados y la fuerza gravitacional de sus sábanas para poder comenzar a arreglarse para un nuevo día de escuela. Aquel día tenía Educación Física a primera hora, cosa no muy de su agrado, pues no era fan del ejercicio, y tener que realizarlo desde el principio de la tortuosa mañana de clases no era uno de sus planes preferidos. Aunque la realidad, que él se negaba admitir, de que no le gustase ir a clase, era otra.
Se miró en el espejo, y pudo observar a aquel chico alto, fibroso, de pelo corto y oscuro, piel blanca, ojos achinados y mejillas abultadas. Notó entonces como su pijama se encontraba adherido a su piel, marcando los músculos de su torso y de sus piernas, y que su corto flequillo estaba pegado a su frente. Un sudor frío bañaba su cuerpo, trayendo a su mente ese sueño tan perturbador que lo había mantenido inquieto durante toda la noche.
Desde casi el comienzo de las clases, las visiones nocturnas de aquel joven habían adquirido un nuevo significado. Aquellas alucinaciones ahora tenían nuevo protagonista, y eso trastornaba por completo la mente de Guillermo, que intentaba encontrar una explicación lógica a todo aquello que le estaba ocurriendo. No podía creer que uno de sus nuevos compañeros de clase fuera el culpable de que despertara todos los días envuelto en una película de humedad, y eso los días que no amanecía con una enorme erección dándole los buenos días. Porque sus sueños…no eran sueños normales, sino sueños eróticos, con un hombre. Era eso lo que Guillermo no alcanzaba a comprender.
Con casi 17 años, creía estar seguro sobre su sexualidad. Siempre creyó saber que era Heterosexual. Había tenido varias novias, y ya había mantenido sus primeras relaciones sexuales con mujeres, y siempre satisfactorias. Pero ahora el causante de sus gemidos, en sueños, era un hombre. ¡Un hombre!. Sonaba increíble en la cabeza del chico, que se negaba a aceptar el hecho de que se sintiera atraído por otro joven, el hecho de que no pudiera apartar la mirada de él, de que se pusiera nervioso con su proximidad, de que el cruzar con él alguna palabra causase un agradable cosquilleo en su estómago, de que se sobresaltase al oír su nombre en boca de sus amigos, y de los celos que le carcomían cuando le veía cerca de cualquier chica. En definitiva, se negaba a aceptar el hecho de que Samuel le gustaba.
Y como para no gustarle…Samuel era el chico perfecto. Alto, fuerte, guapísimo, con ojos oscuros, pelo corto, y una increíble sonrisa. Además, aquel chaval contaba con una personalidad arrolladora. Era divertido, alegre, vivaracho, interesante, y contaba con un poder de seducción que por lo visto el ignoraba, pero que enloquecía a cualquier mujer.
Bueno, a cualquier mujer, y a Guillermo.
Y quizá era esto último lo que a Samuel le interesaría, pues, y aunque Guillermo todavía desconocía esto, él era abiertamente homosexual. Con ya 18 años cumplidos, había disfrutado del placer de su sexualidad más de lo que mucho creerían, y le había sacado todo el jugo a cada una de sus relaciones con otros chicos, normalmente mayores y más expertos que él.
Pero algo había cambiado en la mente de Samuel, y es que por primera vez, se había fijado en un chico de un año menor que él. Desde que vio a Guillermo, con esa sonrisa y esos ojos, con esa espalda y ese trasero, supo que quería tenerle entre sus brazos, que quería recorrer con sus labios cada centímetro de aquella seda que seguro cubría su cuerpo, quería enseñarle, y también aprender con él, quería tenerle de todas las formas que se puede tener a alguien.
Y aunque sabía que Guillermo había estado con varias mujeres ya, y que, en un principio, no era gay, estaba seguro de que lo conseguiría.
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