Sé que te doy miedo

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Los monstruos estaban gritando.

Pero no ya no estaba asustada. No tanto. Ya era costumbre porque ellos siempre estaban gritando y sus gritos sonaban por toda la casa. Gritos y llantos, siempre eran gritos y llantos. E incluso, algunas veces, los llantos eran de ella.

¿Dónde estaba su hermano? No lo sabía. Se suponía que debía estar allí con ella. Él siempre se encontraba con ella cuando los monstruos gritaban. Él le decía que no llorara y no hiciera ruido. A ella le gustaba obedecerlo porque él siempre sabía qué hacer.

Pero él no estaba y ella estaba temblando y se sentía más pequeña de lo que era. Deseaba ser grande y valiente como él, para no tenerles miedo a los monstruos.

De pronto, los monstruos dejaron de gritar y Lola pegó su oído a la puerta, para escuchar cuando se fueran y entonces poder ir a la cocina a comer algo. Estaba hambrienta.

Ellos no se fueron.

Más bien, alguien llegó.

Era Bugs. Oyó su voz, clara y temblorosa y parecía estar a punto de echarse a llorar, como ella.

Uno de los monstruos le gritó. Ella odiaba que le gritaran a él, porque él odiaba el ruido. El monstruo le dijo algo como «Vago» y «Siempre en la calle». Lo cierto era que Bugs había salido a pedirle comida a la vecina y no sabía que ellos ya estaban ahí. (¿Pero cómo no te enteraste, hermanito? Si sus gritos se escuchan hasta la Luna...)

Bugs trató de explicárselo, pero el monstruo no lo escuchaba y Lola pensó que tal vez los monstruos no tenían oídos y por eso gritaban tanto.

Los pasos del monstruo se alejaron.

Dijo algo, dirigiéndose a la mujer-monstruo. Ella ya no gritaba, pero Lola sabía que seguía allí, porque el monstruo comenzó a regañarla sobre sus hijos. ¿Qué hijos? Las bestias no tienen hijos porque se los comen. Bugs se lo había dicho.

Lo mujer-monstruo estaba llorando. Probablemente con una botella en la mano.

Lola se atrevió a abrir un poco la puerta para ver que sucedía. Bugs se lo había prohibido muchas veces antes, pero Bugs no estaba ahora.

Como suponía, la mujer-monstruo lloraba con botella en mano mientras el monstruo la tomaba del cabello y la zarandeaba. Parecía doloroso.

Bugs solo estaba parado en la entrada, temblando. Lola se preguntaba por qué no corría e iba a refugiarse con ella.

Al parecer, el monstruo también se lo había preguntado, porque de repente volteo a ver a Bugs, quien parecía congelado. El monstruo caminó hacia él y también lo tomó del cabello. Le susurro algo que Lola no pudo escuchar, pero que hizo que su hermano estallara en lágrimas y tratara de soltarse desesperado del agarre.

Lo más extraño de todo, era que Bugs gritaba « ¡No, papá!»

¿Papá? ¿Por qué lo llamaba así?

El monstruo no lo escuchaba. Lo sujeto más fuerte del cabello y lo estrelló contra la mesa. Ojala no le hubiera dolido. Bugs permanecía con la mejilla pegada a la mesa, mientras el monstruo le decía algo a la mujer, que la hizo llorar más, pero aun así ella no soltó la botella ni hizo nada por Bugs.

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