Prólogo

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Jorbak 1989

La casa pequeña, que horas antes estaba en un sopor tranquilo, era de un estilo victoriano, tan gris y nada llamativo, como todos los vecinos siempre pensaban. El jardín estaba hecho un desastre, la mala hierba le había ganado la guerra al césped pero luego ella misma había muerto por falta de cariño.

La casa era habitada por una pareja de ancianos, que en la época juvenil se habían dedicado a vender plantas, en un vivero, al final de la avenida Neos. La juventud se les fue tan pronto como sus deseos de expandir su negocio, que tenía una buena ganancia, pero no la suficiente para abrir un nuevo local ¿o tal vez eran otros motivos los que se imponían? Tal vez su poco compromiso con el vivero fue el causante que el negocio no creciera, la pareja tenía otros intereses metidos en su mente. Aquellos intereses en ese preciso momento eran prohibidos, pero uno de ellos los tuvo que quebrantar por un favor.

Gaspar trataba de asimilar lo que estaba haciendo, escuchaba el eco del televisor blanco y negro en la cocina, como todos los viernes. Dalma estaba viendo su serie favorita. Gaspar contaba con que ella se tardaría más en los comestibles, pero él no había comprometido su presencia. Dalma estaría pensando que él seguía en su trabajo en la limpieza en el hospital de Jobark. Él sabía que si llegaba a descubrirlo, perdería la confianza que se había formado desde que tuvo su minuto de fama en 1937. Ella le había puesto la regla de no volverlo a hacer, pero él quería volver a sentir aquella sensación, que no sólo se basaba en un simple favor hacia su amigo, se basaba en volver a sentir aquel toque de energía en sus propias manos.

—¡Wah! ¿De donde has sacado tanta sangre? —dijo su interlocutor temblando, su cara parecía de asco y sorpresa a la vez. Gaspar sintió como el rostro de su colega de limpieza, Paolo, se hacía más y más oscuro. Él ya había visto ese rostro antes, cuando en sus tiempos mozos, hacia ese ritual más a menudo. Ya conocía las expresiones faciales como lo hacía al calificar a las personas con su respectiva psicología constitucional.

—Shhh, quieres que mi mujer nos descubra —sentenció Gaspar frunciendo el arrugado ceño—. Parece que ya estas desistiendo de hacer esto ¿Qué no quieres ver a tu esposa otra vez?

—¿Pero aquí, en tu ático? esto ya parece una película de terror —Agregó Paolo tratando de controlar su tono—. ¿Y de dónde has sacado la sangre?

Paolo sabía a lo que se metía, hace mucho que conocía a Gaspar. El gran Keuvet siempre lograba lo que prometía, y Paolo no entendía la razón por la que no optaron en hacer el ritual en su casa. Pero ahora la pregunta seguía volando.

—¡No! ¿No me digas que te la has robado?

—Shhh, so tonto. Ya es tarde para lamentarse.

El ambiente en el ático se había vuelto tan sofocante y denso a la vez. La linterna que iluminaba la pared oeste, se había vuelto en algo siniestro y lúgubre. Como si a cada paso del ritual se fueran deformando con ayuda de las sombras. En la mesa donde se colaban los implementos ritualistas, una bolsa de sangre era vertida en un cuenco de caracol, junto con tres hojas lanceoladas anchas, desconocidas para Paolo.

—¿Por qué no en mi casa? ¿Por qué en la tuya?

—Parece que no me tomas mucha atención. Mmmh... Tu casa es muy cerrada para una visita energética. Mi casa es más abierta. Por alguna razón desconocida mi casa es muy atrayente a toda pulsión—. De pronto una carcajada hizo que Paolo y Gaspar temblaran. Pronto se dieron cuenta que la risa era procedente bajo el ático.

Dalma tenía el ánimo a mil, siempre le gustaba mirar su serie favorita que se emitía toda la semana después de terminar sus quehaceres. Mirar ¿Quién manda a quién? mientras degustaba de un puré de manzana del día anterior, eran sus placeres más amados y culposos, pero pronto esos placeres se volverían eternos.

Mientras una cucharada de puré, ingresaba a la boca de Dalma, una mesa se embarraba de sangre y hojas pulverizadas, en el ático, como una sopa de tomate casera. Y después de la primera acción una segunda cucharada ingresaba, mientras la mano que había vertido el líquido sanguinolento, esparcía todo por la mesa repetidas veces.

—¿Es necesario que sea tan asqueroso?

—Lo es, y ya calla.

La linterna comenzó a titilar hasta dejar de fluir a su misma intensidad de luz. El ático que antes había estado ocupado por los dos ancianos, pronto se fue llenando por un ventarrón procedente de la pared oeste. Era algo extraño, Paolo solo atinó a taparse los ojos con los brazos. Aquel ventarrón no estaba solo, en el llevaba una humedad helada, que se impregnó en todo objeto que se encontraba en el lugar. La linterna comenzó a crepitar como si sufriera de un corto circuito, y no pasó mucho para que de la misma saliera un haz de luz cegador.

La pared estaba viva y la luz se alimentaba de ella.

La pared oeste se comenzó a transformar y a deformar como una tela de seda o tul. Parecía como si la luz procedente de la linterna, hiciera la función ilusoria de proyectar aquella anomalía. La pared de madera que medía dos metros de largo hasta llegar al declive del tejado, se comenzó a mover en ondas, como si pasara de ser una cortina a un líquido ocre enmaderado. La parte que daba a la calle, el aislante, ya no significaban nada para la física que se producía ahora.

El gran Keuvet lo sintió por completo, nada estaba bien, lo que estaba produciendo las anomalías, no eran control suyo. Sintió una gran frustración al notar que la pared seguía sus propias reglas. Él no percibía la misma energía que había abierto ahora, con la que lograba en su juventud. Él estaba completamente paralizado del miedo, y a la vez muy curioso por lo que pasaría luego.

La pared oeste comenzó a producir ondas radiales, como el agua más cristalina que pudo ver Gaspar en toda su vida terrenal.

—¡QUE CARAJOS PASA!—, Gritó Paolo tratando de sacar del estado paralizado a Gaspar.

Dalma dejó caer de improviso la cuchara llena de puré, al escuchar el grito procedente del ático. Lo que ella pensaba era que ladrones se habían metido y estaban arriba.

Un ruido crepitante se filtró por todo el espacio del ático. Las paredes, de tablas, se comenzaron a contraer como si la pared oeste fuera una prensadora. La linterna no dejaba de emitir su luz proyectora. Lo que prosiguió, y fue lo más curioso, fue ver que la sangre que estaba embadurnada en la mesa se comenzó a juntar formando cúmulos de sangre. La pared proyectada seguía su ritmo de vacilación, hasta que la sangre que se había acumulado voló como si fuera menos densa que el aire y fue tragada sin dejar mancha.

— ¡PARA ESTA MIERDA GASP...!—, la increpación que quería decir Paolo no llegó a culminarse y se fue al abismo más profundo al ver lo que se asomaba por la pared oeste.

Gaspar lo pudo sentir como una sensación nueva, no era como ver una energía fresca que se puede materializar por un breve tiempo, era como una cosa que te helaba de la cintura a la coronilla, hasta te podía hacer mear si no llevabas unos pañales con mucho polvo. Eso fue lo que pasó con Paolo, mientras que Gaspar seguía tratando de controlar lo que se avecinaba.

La pared dejó de producir ondas y se puso tan calma como si fuera la pared que fue en un inicio. A ese silencio tan incómodo se le sumó una garra del tamaño de un brazo que comenzó a asomarse lenta y sigilosa, como si no quisiera una presentación tan escandalosa.

El miedo se apoderaba, Gaspar ya no pensaba claro, sus sentidos eran como un juego de video paralizado. Era como si eso impusiera un gran poder en su cavidad cerebral diminuta.

Gaspar no podía controlar nada y ese sería el primer ingreso hacia su nueva realidad.                       

Terror en la Casa ArcherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora