El Tesoro de Sam

52 0 0
  • Dedicado a Isidro Carrera, mi hermano.
                                    

Sé que mis palabras tal vez no valgan en este mundo, pero puedo asegurar que serán escuchadas.

Aquellas eran las palabras que Samuel le había dejado en una nota a su hermano una noche antes de morir. Nunca llegó a comprenderlas, nunca llegó a saber a qué se refería exactamente, pero las apreciaba y las repetía en su mente como si fuese un conjuro para que él volviera.

El problema era que no volvería. Se había ido, por siempre y para siempre.

El hermano de Samuel se llamaba Oscar; era un niño de doce años –sí, un niño– enfrentándose a los éxtasis de la adolescencia… solo. Por lo general, siempre recurría a Samuel en busca de consejos, y amablemente él se los daba, aunque en su mayoría no tenían la misma efectividad que cuando Samuel tenía la edad de Oscar, pero de igual manera, siempre lo escuchaba.

Samuel era mayor, y por ende, siempre gozaba de la libertad de salir con sus amigos. Oscar, por otro lado, no tanto. Sus amistades estaban cada vez más inculcadas al vandalismo. Oscar era relajísta para su edad, pero era reservado, en cambio, sus amigos iban a los límites que Oscar nunca quiso sobrepasar.

Pero cuando lo hizo, descubrió algo sorprendente.

–Tienes prohibido entrar a mi cuarto –le había amenazado una vez Samuel a Oscar.

Nunca lo hizo. Aunque siempre admitía a su peluche Charlie, que sentía cierta curiosidad en entrar. Charlie era un peluche viejo, pertenecía a Samuel y cuando éste dejó de usarlo, se convirtió en el favorito de Oscar. Mientras estaba en la casa, nunca se separaba de él, siempre lo traía a todos lados, y desde que Samuel se fue –por siempre y para siempre–, Charlie convirtió en su consejero más fiel.

Hablaba con el muñeco todos los días, Samuel lo había visto jugar un millón de veces con él, sin que éste se diera cuenta. Ahora, a casi un año de su… retiro –Oscar y Samuel odiaban la palabra muerte–, jamás había sentido una conexión más fuerte como aquél día…

El día en que lo encontró en la habitación de su hermano.

Hasta la noche anterior, a dos días antes del aniversario de su hermano, Oscar había dejado al peluche a un lado de su cama, como todos los días. Cayó en el profundo sueño, a la espera de otro solitario día, y cuando por fin unos rayos de sol le iluminaron la cara, se dio cuenta que no estaba ahí.

En vez de eso, encontró una nota. Miró extrañado a todos lados, en busca del culpable de aquella barbaridad –no le gustaba que otra persona tocara a Charlie–, pero no vio a nadie. La nota lo tentaba cada vez más, hasta que por fin se decidió a abrirla. La desdobló… y reconoció la caligrafía.

Samuel le había escrito innumerables cuentos cuando sólo tenía cinco años. Claro, en ese entonces no tenía su habilidad de lectura tan desarrollada como lo es ahora, por lo que conservaron los cuentos y cada noche, sin decirle a Samuel –y que nunca se lo dirá, porque se ha ido por siempre y para siempre– los leía. Las suficientes veces como para memorizar su caligrafía.

Le pertenecía a Samuel. La nota la había escrito Samuel.

¿Pero, cómo? ¿Cómo apareció aquella nota de la noche a la mañana? No podría ser de él, quizás alguien le había jugado una broma, pero, ¿con qué propósito? No, es imposible, usando la lógica es imposible que Samuel haya sido –ya que él se había ido por siempre y para siempre–.

Víctima de varias cuestiones, y de las pocas habilidades como detective –al parecer, pronto aquellos años de juego «Al detective» darían fruto–, Oscar se obligó a leer una vez más aquella nota. Decía lo mismo que la anterior que le había dejado una noche antes de… retirarse, sólo que con algo más de… misterio.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 12, 2014 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El Tesoro de SamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora