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"—Tienes 10 libros y te quito 5. ¿Cuántos libros te quedan?
—10 libros y un cadáver."

—Pero tú, ¿Quién te crees que eres?, —exclamé con mi rostro sumamente avergonzado

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—Pero tú, ¿Quién te crees que eres?, —exclamé con mi rostro sumamente avergonzado.

Estaba a punto de sobrepasar mi límite de paciencia. Lo que en su momento fue vergüenza podría convertirse en rabia pura si continuaba haciendo el tonto.

Me retiré completamente y dando unos pasos hacia atrás me permití levantar la cabeza y observarlo.

Sus penetrantes ojos azules me observaban con un brillo de diversión. Levantaba una de sus cejas reprimiendo una sonrisa.

—Eres...—sacudí la cabeza. Esta vez no me traicionaría. No le diría lo sumamente guapo que era. Apreté mis labios y sacudí mi cabeza.

Lo obvia que era, no lo pasó por alto.

— ¿Soy?, —insistió.

—Un estorbo, —dije justo a tiempo.

Era un muchacho muy alto en comparación a mí. Fácilmente me sacaba una cabeza y media entera. Lo que de inmediato noté y me costó entender es que iba vestido con el uniforme de mi escuela.

¿Él iba en mi instituto? De verdad que no recordaba haberlo visto antes, por más que intentaba.

Se rió suavemente. —No es mi culpa que no te fijes por dónde vas.

—Es tu culpa por quitarme algo que me pertenece, —me defendí, recordando la razón que nos había traído a esta situación.

—Y yo ya te dije que no te pienso dar mi corazón, —continuó diciendo, sus comisuras poco a poco levantándose.

¡Éste chico era imposible!

— ¡Mi libro!, —le reclamé levantando mi voz más de lo que en una biblioteca pública se me permitiría.

Me crucé de brazos y observándolo directamente a sus ojos lo reté, taladrándolo con la mirada.

Él imito mi gesto al cruzar sus brazos también. Mi libro se balanceaba ligeramente en sus manos. Bufé. Esto no tenía por que estar pasando.

En vez de estar perdiendo mi tiempo con este tipo, yo podría estar disfrutando mi lectura...

Nos miramos por varios segundos. No dudaba que mi rostro ya delataba lo enojada que me encontraba en ese momento.

Pero definitivamente la gota que colmó el vaso fue la manera imprevista en que su sonrisa se pronunció, resplandecieron sus relucientes dientes y de inmediato una carcajada se escapó de sus labios.

— ¡Lo siento! ¡Lo siento!, —dijo entre risas.
— ¿Es que nadie te ha dicho lo adorable que te vez cuándo éstas enojada?

No pude aguantar más. Mi paciencia se colmó.

— ¡Quédate con el estúpido libro!, —grité hecha una furia. Sentía que salía humo de mis orejas en el instante que salí corriendo y crucé las enormes puertas de la biblioteca.

Sabía que de esto me iba a arrepentir.

— ¡Hayley espera!, —creí escuchar que decía, sin embargo no le di importancia. — ¡Llévate tú libro!

Una parte de mi mente que aún estaba pensando con racionalidad, se preguntó, ¿Quién era él y cómo rayos sabía mi nombre?

Una parte de mi mente que aún estaba pensando con racionalidad, se preguntó, ¿Quién era él y cómo rayos sabía mi nombre?

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¡Oye! Ése es mi libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora