Cosas que nunca fueron dichas

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Algún día de algún año, en algún lugar que pronto espero olvidar.

He estado acostumbrado a la soledad desde temprana edad, quizá desde que tengo uso de razón. Aprendí a no crear lazos con ninguna persona por el constante temor de terminar lastimado porque la gente genera heridas en el corazón de otros, son ambiciosas, rencorosas, egoístas y velan por su propio bienestar, lo sabía bien, era una de esas lecciones que me repetía a diario desde la edad de dieciocho cuando abandoné la casa de adopción que me acogió desde mi primer año de vida. Recorrí calles en busca de un trabajo que pueda solventar mis necesidades básicas y al encontrarlo juré que los cambios vendrían a partir de aquel pequeño momento. La paga que recibía era suficiente para alquilar un pequeño cuarto a unas cuantas calles así podría ir caminando todos los días sin generar gastos de más y aunque no entendía del todo lo que debía realizar dentro de aquella casa digna de un rey, pronto logré acostumbrarme. Me dijeron que la atención era mi tarea principal, iba de un lado a otro preguntándole al dueño si necesitaba algo, pero en cada ocasión él negaba con la cabeza, suspiraba gran parte del día, como quien rememora el recuerdo más feliz que tenga. El primer mes fue de esa manera, cada habitación dentro de aquella casa estaba llena de silencio, no se escuchaba ninguna conversación o alguna risa y pocas veces veía a quien me contrató en una de sus visitas semanales. Un día en particular, permanecía leyendo sobre el sofá cuando lo vi llegar. Odín llevaba pijama a las cuatro de la tarde, con señales de haber estado durmiendo, se acercó arrastrando los pies enfundados en pantuflas. Me levanté del asiento y pedí disculpas aunque no sabía la razón. Él sonrió por primera vez desde que llegué y señaló el libro que llevaba en manos.

—Shakespeare —mencionó sin borrar su sonrisa que inclusive se volvió más amplia—. Me gusta William, ¿podrías... —tuvo un ataque de tos repentino y al detenerse, prosiguió— leer para mí?

No esperó una respuesta, se sentó en su sitio habitual, cerró los ojos y aguardó la lectura que no tardó en hacerse presente. Fue así como nuestras tardes cambiaron. Leí más libros de los que puedo mencionar ahora mismo y él disfrutó cada uno de ellos. Pronto, la lectura fue reemplazada por conversaciones y aunque yo evitaba hablar mucho sobre mi vida personal, Odín no tenía problemas en ello. Me contó sobre su esposa fallecida y lo mucho que la extrañaba, sobre sus pasatiempos, sus gustos musicales y por último, sobre su único hijo.

—¿Dónde está? —pregunté curioso y deseando no haber tocado un tema sensible. Hubo silencio durante segundos que fue roto por el sonido producido por la taza depositada sobre la mesa.

—Lejos —respondió agarrando una de las piezas del tablero de ajedrez—. Lo suficiente —añadió efectuando un movimiento en la partida.

Decidí no indagar más al respecto, ni con Heimdall que fue el hombre que me contrató. Él solo me agradecía cuando llegaba a casa sin darme explicaciones de sus motivos.

Los días transcurrían rápido, mucho más de lo que uno puede imaginar y pronto los meses se convirtieron en años. Fue a la edad de veinte años que todo cambió. Llevaba dos años trabajando en aquella enorme casa que lucía como un castillo, al principio silencioso y que pronto estuvo inundado por risas y conversaciones como todo hogar debe ser. Dos años donde olvidé la lección de no generar lazos con nadie porque a Odín llegué a quererlo como un hijo quiere a un padre. Lo escuchaba a él y a sus historias, jugábamos ajedrez durante la tarde, le mostré mis películas favoritas, los libros que me inspiraban y hasta leyó uno de mis escritos en los que llevaba meses trabajando, me dijo que tenía un gran futuro como escritor y que estaría orgulloso de verme convertido en uno, no obstante, ese día, la llamada recibida a las seis de la mañana me hizo correr lo más rápido posible a mi centro de trabajo, no me importó portar pijama, el cabello hecho un desastre o las miradas de las personas mientras avanzaba. Mi mente no dejaba de repetir el anuncio hecho hace minutos y cuando al fin llegué deseando que todo sea un mal sueño, me di cuenta que no era así.

Cosas que nunca fueron dichas |Thorki|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora