Capítulo uno

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1. ¡Si yo volara en escoba...!

Aquella tarde, Harry, Ron y Hermione se encontraban sentados en la sala común de Gryffindor, frente al fuego chisporroteante de la hogareña chimenea y terminando las redacciones para la clase Encantamientos. Vale, tal vez Hermione estaba haciendo todo, mientras Harry y Ron jugaban disimuladamente a piedra, papel y tijera, a falta de otra distracción.

La castaña escribía de forma ansiosa sobre su pergamino, como si tuviese miedo de que las palabras se escapasen de su mente, echando un vistazo a ese libro de allí y después a ese de allá, mojaba la pluma y corregía algo... Y así en un proceso repetitivo que rozaba casi lo neurótico.

— He terminado mi redacción! — exclamó la joven con entusiasmo. Su mirada cayó sobre sus amigos, y la expresión de su rostro cambió radicalmente. Los muy idiotas apenas alcanzaban los dos párrafos, y con suerte — No me lo creo, esto me lo esperaba de ti, Ron, pero tú, Harry...

Harry y Hermione ignoraron totalmente el «¡oye!» que Ron exclamó molesto, ¿qué clase de ideas tenían sus amigos sobre él? ¡Como si no fuera capaz de escribir una redacción! ¡Por algo había llegado a sexto curso, sin ayuda de nadie! O bueno... tal vez las tutorías y sesiones de estudio con Hermione habían colaborado, pero...

Hermione miró el reloj en su muñeca y crispó aún más el semblante.

— ¡Hemos estado más de hora y media aquí, haciendo esto!

Harry y Hermione compartieron un breve duelo de miradas. El pelinegro se sentía bastante mal, porque al parecer su amiga estaba decepcionada. Aunque más bien parecía tener esa culpabilidad que pillas cuando te descubren haciendo algo mal, y no porque lo estabas haciendo mal, solo ser descubierto. Ya esperaba todo el sermón sobre la responsabilidad que la joven estudiante les daría a él y su amigo pelirrojo, que por cierto, ahora se rascaba la nuca al tiempo que escribía con expresión confusa.

Sin embargo, por alguna extraña razón, la castaña se puso de pie apartando las cosas de sus amigos, cogiendo las suyas y guardándolas, en silencio. Dio un profundo respiro y trató de darles lo que Harry supuso que era una sonrisa, aunque parecía más bien una mueca torcida.

— Hace buen día y es sábado por la tarde, tal vez no me venga mal algo de aire — dijo Hermione, cerrando el broche de su mochila y encaminándose al hueco del retrato. Su voz sonaba enfurruñada, pero ninguno de sus mejores amigos lo notó.

Mientras caminaba por el pasillo y bajaba las escaleras, Hermione se puso a pensar. A veces, sentía que era la única de su casa con dos dedos de frente, que debería haber ido a Ravenclaw, o a Hufflepuff donde por lo menos siempre se esforzaban y trabajaban. O mejor, a veces Hermione sentía que le gustaría aprender a volar en escobar y escapar de allí aunque sea solo un rato.

— ¡Si yo volara en escoba...! — sin darse cuenta lo había dejado escapar en medio del pasillo, pero al estar casi vacío y no haber nadie detrás suya, no creyó que nadie la hubiese escuchado. O si...

Doblando la esquina y en dirección opuesta a Hermione, apareció Draco Malfoy, con su sonrisa socarrona y sus aires de grandeza, al parecer, dispuesto a iniciar una pelea.

— Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? ¿Qué harías si volaras en escoba, sangre sucia, asaltar una biblioteca?

— No, yo no soy una sucia rata como tú, Malfoy — le espetó Hermione con rabia, clavándose las uñas en la palma de la mano. Decidió que ese día había tenido suficiente con el sector masculino del colegio, y se dispuso a marcharse de allí, cuando el rubio la detuvo.

Lo observó chistar y negar con la cabeza, riéndose sarcásticamente. ¿Qué era lo que le causaba tanta gracia? Malfoy seguía sin apartarse de su camino.

Si yo volara en escobaWhere stories live. Discover now