«Esperé»

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El viento me sopló la noticia de tu muerte.
Mis labios inquietos
exhalaron una vez más esa ingeniosa mueca distante.
«No es cierto»
Aseguré incapaz de reconocer otra realidad

Y esperé...

Esperé bajo la llovizna que decanta el sigiloso engaño.
Me obligué a no cerrar los ojos
a estar atenta,
por si acaso...
por si me querías

Esperé...

Dejé que mis latidos quedaran a merced del dolor
Porque habías prometido,
habías jurado por tu vida.
¡Y bien dijo Dios que no jure el hombre
ni por el cielo, ni por la tierra!

Sin embargo esperé...

No podía abandonarte a tu suerte
Como los demás
como merecías.
Debía sostener tu recuerdo y no permitir que el destino cruel,
lo desvaneciera como estatua de sal.

Te esperé...

Lo hice.
¡Cuánto ardía!
Hasta que comprendí que era verdad,
habías muerto.
El cansancio de las horas perdidas revelaron el simple misterio.
Un hombre que ya no tiene corazón,
es igual que el polvo seco.
Igual que el vacío que destellan aquellos ojos,
que dejaron escapar
en la oscuridad de la amarga noche
su último aliento.

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