A day in the life

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Se despertó contento y feliz, estiró los brazos al cielo para desperezarse e inhalo profundamente, el olor a sangre llego hasta él y sonrió con complacencia. Colocó los pies en el suelo y con cuidado saltó los cuerpos que estaban esparcidos en la habitación, había sido una noche maravillosa, aunque solo para él, claro está.

Sin embargo los crímenes perfectos no existían y ya había llamado demasiado la atención, al parecer vivir en la casa más alejada de la ciudad complicaba la situación. Muchas veces había sido visto llevando a jovencitas entre los 20 y 25 años de edad a su casa y ese no era el problema, sino qué aquellas chicas jamás volvían a ser vistas. Pero para un psicópata eso no tenía interés en absoluto. Tenía que acudir por su propio pie a las oficinas policíacas a rendir una declaración sobre su última víctima y actual desaparecida, no sentía miedo ¡Por supuesto que no! Pero no quería terminar en prisión y despedirse del placer de asesinar a aquellas mujeres que fácilmente él podía seducir, eran tan fáciles de convencer. Pero se sentía relajado, la noche anterior había sacado todo el estrés de su sistema en aquellas mujeres cuyos nombres ni siquiera era capaz de recordar. Llegó a las oficinas en su faceta de hombre inocente y tras esperar un par de horas llego el momento del interrogatorio. Cuando las preguntas terminaron él casi podía saborear su victoria, sin embargo el inspector se quedó mirándolo intensamente y comenzó a sentirse nervioso, el corazón empezó a palpitarle rápidamente en el pecho mandando señales de alerta a su cerebro pero se obligó a mantenerse tranquilo bajo la atenta mirada obscura del inspector, ¿Y si no lo había engañado? ¿Y si pedía realizar una investigación ahora mismo en su casa? ¡Ahí seguían los cuerpos! Estaba acabado pensó. Pero el inspector solo suspiro y lo dejo ir. Casi río aliviado, casi. De regreso a su hogar se prometió a si mismo ser más cuidadoso, en el camino se encontró con su nueva presa, quien tras unos minutos de charla banal y exageradamente alegre aceptó acudir a su casa a tomar un café por la noche del día siguiente. Cuando estuvo en su casa, limpió todo rastro de sangre y se deshizo de los cadáveres, al finalizar aromatizó el lugar para no levantar sospechas y se fue a dormir.

Al día siguiente se despertó igual de animado que la mañana anterior e hizo todo lo que una persona normal de 27 años haría en las comodidades de su hogar esperando ansioso que llegara la noche, en el momento en que el reloj marcó las ocho de la noche el timbre sonó anunciando a su invitada especial. La dejo pasar con el pensamiento de que ella nunca volvería a salir de ese lugar por su propio pie, eso lo animó. Ella se veía radiante y hermosa, el cabello rubio le caía en suaves ondas hasta la mitad de la espalda, pero lo que más le gustaba eran esos ojos verdes llenos de vida, una vida que él añoraba quitar. La invito a la comodidad del sofá y le sirvió un café, el vestido blanco que llevaba puesto la mujer le hacían pensar en teñirlo de color carmesí con la sangre que ella derramaría. Se la podía imaginar ahí, tumbada en el sofá con la piel del rostro desgarrada y el vestido rojo goteando, sosteniendo con la mano el corazón que él mismo quitaría de su pecho. Y sin poder resistir más, saco el cuchillo que había escondido entre los cojines del sillón y se abalanzo sobre ella. Enterró el cuchillo en su pierna para que no pudiera huir y la mujer soltó un grito de dolor. Cuando termino de representar la escena que había imaginado en su mente se sintió orgulloso, se fijó en sus manos envueltas en una espesa capa de sangre y las limpio en el vestido llenando los espacios blancos que habían quedado. Entonces fue consiente del sonido de las sirenas y las luces azules y rojas destellando a través de su ventana. La respiración se le atasco y comenzó a respirar irregularmente ¿Qué haría ahora? Él era la única persona que vivía en esos lugares, era obvio que venían por él, tenía que esconder las pruebas de su reciente delito si quería salir impune, pero al mirar el cadáver de la belleza rubia se negó en rotundo. ¡Era una obra de arte! Se dijo a sí mismo, una obra de arte que merecía ser inmortalizada. Y no tuvo más tiempo para pensarlo porque en ese momento la puerta fue derrumbada y entro una multitud de uniformados, todos apuntándole con armas. Su vida no podía acabar así, no lo merecía, pensó. El corazón le latía tan rápido que sintió que en cualquier momento sufriría un paro cardíaco.

– ¡NO MORIRÉ EN SUS MANOS!

Gritó con coraje, agarro el cuchillo que había utilizado para matar a la rubia y lo sujeto con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos y para sorpresa de los policías deslizo la filosa arma por su cuello, terminando así con su vida. A eso le siguió un espectral silencio.

Él podía jurar que en sus últimos momentos de vida escucho las voces de todas las mujeres que había asesinado riendo divertidas de su desgracia. La risa de la rubia fue la que escuchó con más claridad.




Inspirada en la canción A day in the life de The Beatles, aclaro que no tiene que ver nada con la letra sino con lo que sentí al escucharla.

Antología de CuentosWhere stories live. Discover now