Mis ojos se comenzaron a abrir obsevando la blancura de un techo. Al principio pensé que era el cielo pero realmente no encontraba ni razones para estar allí ni tampoco para no estarlo, mientras me enredaba con mis pensamientos sobre español y catolicismo, entró en la habitación una enfermera rubia y estirada que eliminó mis dudas y revisó el goteo de mi suero. No tardé mucho en percibir que me costaba respirar y me ardía casi todo el cuerpo, fue entonces cuando vi a los signos de interrogación tocar mi puerta. ¿ Qué me había pasado?¿Qué hacia allí?. Lo último que recordaba era mi cuarto de baño y los moretones que tenía en el rostro gracias a la palisa que me había propinado mi exnovio. Había decidido respirar agua aquel día y de esta forma convertir mis pulmones en náufragos de aquella fatal situación. El destino eligió y mi compañera de piso me sacó de la bañera y me hizo una reanimación pulmonar que había aprendido en algún curso de primeros auxilios. Aún mareada por el sobresalto de mi intento de suicidio vi como encendía un cigarrillo mientras daba vueltas en círculo con el teléfono móvil pegado al oído llamando a alguien con quien luego tuvo una acalorada discusión. En ese punto de mi viaje por mi subconciente, vi reflejado en el fuego de la cerilla con la que Claudia encendía su antiestres favorito el motivo de mi más reciente visita al hospital. Situación por la cual parecía una momia con mucho dolor en la espalda y que se quebaja de los malos tratos de la enfermera.
Los siguiente días fueron bastante aburridos, alimentarme y esparar pacientemente a que las quemaduras sanaran. Oí surrar al médico en una ocasión sobre mi estado y lo calificó como "un milagro", al principio no sabía por qué, pero luego de navegar por alguna que otra red social descubri las consecuencias de unas quemaduras de tercer grado y entonces comprendí.