Pérdida

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Podría permanecer todo el día preparando el desayuno o podría simplemente tomar el bote de leche y vaciarlo dentro de un tazón con cereales.

A Kuroashi le encantaba cocinar, mas no le agradaba hacerlo para él mismo, le recordaba lo solo que se sentía.

Desechando la idea de comer cereales, optó por servirse una simple taza de café negro, no le añadió azúcar ni siquiera se molestó en llenar la taza.

Hoy era uno de esos extraños días en los que el siempre alegre y jubiloso muchacho se encontraba decaído.

Bebió un sorbo de aquella bebida y de inmediato apartó la taza con una mueca de disgusto.

- ¡¿Es qué acaso ni siquiera el maldito café me saldrá bien hoy?!

Fue la demandante pregunta que se hizo así mismo, mientras contemplaba el techo de su hogar y luego volvía a bajar la mirada apesadumbrado, depositando con desdén la taza dentro de la pileta de la cocina.

Bufó con pesadez mientras ajustaba la corbata azul marino con rayas horizontales en color blanco de su uniforme escolar. Debía admitir que le agradaban los colores empleados para el diseño de su uniforme, una camisa blanca, un pantalón de vestir y una chaqueta del mismo color que la corbata y sus siempre bien lustrados zapatos negros.

Su cabello pulcramente peinado hacia la izquierda cubría parte de su rostro y de ese modo ocultaba al menos una de sus extrañas cejas rizadas. 

Tomó el morral que se encontraba sobre el perchero de pie que tenía detrás de la puerta, lo cruzó sobre su pecho para acabar saliendo un tanto apresurado tras haber revisado la hora en su reloj.

Pronto serían las 7:10 de la mañana y si quería llegar a tiempo tendría que correr, aunque no quería hacerlo, de todos modos aunque llegase tarde y los docentes se molestasen con él, no tenían a quién recurrir, no había un padre o una madre, ni siquiera un tutor.

La persona que se hacía cargo de él, hacía realmente muy poco tiempo había fallecido y desde ese entonces sus ánimos estaban por los suelos.

Zeff era el nombre de la persona que lo había criado, que lo había cuidado y querido como solo un padre lo haría. Aunque de esto último no estuviera tan seguro ya que su verdadero padre hace ya tiempo que lo habia rechazado y expulsado de su hogar.

Sanji caminaba abatido por las veredas de la ciudad, no miraba a su alrededor, no podía conectar su mente a la realidad. Pensaba que si lo hacía la verdad caería sobre él como un enorme balde de agua fría y no estaba preparado para aceptar la terrible pérdida que había tenido, no estaba listo para el luto, no se sentía preparado para descubrirse nuevamente solo.

Este era su ultimo año como estudiante de secundaría, se encontraba a solo dos meses de la graduación y todos sus planes a futuro se habían derrumbado luego de lo acontecido con su padre, no con el biológico, sino con su papá del corazón.

Aquel viejo cascarrabias a quién le gustaba molestar, aquella persona con la que podía ser él mismo, aquel magnífico y honorable cheff que le había transmitido todo su conocimiento, su sabiduría y además le había enseñado lo que era la compasión y la preocupación por el otro.

Sanji había sido descubierto por el anciano, en un horrible y sucio callejón donde el pequeño había desfallecido debido al hambre.

Aquel hombre tan compasivo se encargó de él desde ese primer instante, lo alimentó, le dio un hogar, le dio su amor, se encargó de educarlo e incluso hasta el final  de sus días se preocupó por él, dejándole el restaurante y una pequeña suma de dinero a su nombre, además de la casa que compartían.

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