Grita, llora, ama

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La única y última enseñanza que recuerda de su madre fue: si tienes algo que decir, si nadie te oye; grita. Y si el mundo te da razones para odiar, sigue amando.

Theodore nunca lo entendió, era un niño de cinco años, a penas había comenzado a archivar sus recuerdos y llevaba realmente pocos. Era inocente, era tranquilo y sonriente, era puro. Era lo que en la actualidad deseaba con toda su alma ser, era aún en algún lado el niño que quería estar oyendo los latidos de su madre en su cálido pecho.

Y ahora es vacío, uno que duele.

Theodore va por la vida como si se tratara de un trapo. Él es lo que trae una guerra, más cuando se pelea por la ideología que acabó con tu familia sin siquiera tener la posibilidad de ejercer tu libre albedrío. Es básicamente una tortura, y tuvo que aguantarla de sus compañeros —ignorantes, soñadores, es la palabra que los define—, de su padre y de un psicópata, desde que pisó aquel colegio.

Hogwarts no le trajo nada, absolutamente nada bueno. Tampoco podía siendo la cuna del peor adefesio que había tenido el desagrado de ver.

Pero hay algo de esa escuela, de esos años, que siempre se le viene a la mente. Y todavía más en esos días que se sienta en su sillón, en su habitación oscura, con su vaso y su botella de Whiskey de Fuego.

Piensa en una chica, en una mujer. Ahora lo es.

Es la mujer a la que todos admiran, que todas las semanas hace aparición en los diarios aunque no le guste ser el centro de atención por tonterías. La que tuvo el coraje de apoyar y salvar el culo de sus amigos hasta el final, podría apostar que incluso ahora. Piensa en la mujer que lo observó aquella noche con el rostro desfigurado por la pena, por la comprensión y por la frustración. Porque había estado ahí, él frente a ella, diciéndole lo mucho que le habría encantado ser alguien más, ser parte de su vida por más tiempo, para siempre.

Theodore había conseguido enamorarse a pesar del ambiente hostil y del peligro inminente en el que siempre había vivido. Con el peligro de que no se enteren de tus asuntosno vayas a resaltar muchono puedes disfrutar junto a un Gryffindor o que no te ponga en la mira Snape. De hecho, su profesor era el mayor peligro de todos, precisamente porque no podías saber qué era lo que realmente apoyaba o buscaba, si es que lo hacía siquiera.

Snape había sido el mayor peligro del que habían —ambos— tenido que cuidarse.

Cuando decidió que su mayor acto de amor sería dejar de verla, había comprendido lo que su madre había querido decir. Porque en realidad era tan simple, pero como niño jamás podría entender ni la mitad. Incluso si el mismo mundo se estuviera yendo al carajo, él tenía el deber y el derecho de seguir amando algo. El recuerdo de su madre, o a ella, a Hermione Granger.

Su corazón había llorado y cuando no lo soportó más, Hermione tuvo que oírlo, claro que sí.

—Del corazón de un Slytherin, del corazón de un ser humano y del corazón de un hombre, Hermione; te juro que eres lo único que he amado de toda mi vida en este castillo. Y eres lo que seguiré amando cuando comience la guerra y cuando acabe —Se había arrodillado y tomado las manos de ella entre las suyas. Hermione lo miraba con la sorpresa estrellándose en su cara y la conmoción brillando en sus ojos.

Así había comenzado su corto tiempo juntos, tan corto, que nada más empezó tuvo que dejarlo ir. Dejarla ir.

Todos los días en su sillón, en su habitación oscura, con su vaso y su botella de Whiskey de Fuego; Theodore recuerda lo que le hizo prometer.

—Si tanto me amas entonces volverás —dijo cuando fue capaz de aceptar sus razones, mas no entenderlas—. Se te caiga la cara de vergüenza —que es imposible para ti—, se te acobarde el culo una o diez veces, o creas que es mejor no hacerlo para todos; volverás. O harás que crea que fuiste un mentiroso, y dolerá. Y ninguno quiere eso, ¿verdad?

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⏰ Última actualización: Mar 17, 2019 ⏰

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Tal vez algún día, heroínaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora