I

50 3 0
                                    

ZOEY KNIGHT

 

Entierro

Las únicas personas que habían asistido al funeral de mi padre (a parte de mí, claro), eran los hombres que tenían que llevar el ataúd al cementerio y el sacerdote, que se notaba que estaba incómodo y se sentía igual de confuso que yo. A veces me miraba con una mirada llena de compasión. Seguramente se preguntaría quién era este hombre y porque no venía nadie a la ceremonia para despedirse de él, ya que era nuevo en mi pueblo.

-Porfavor, estoy segura de que quiero empezar la ceremonia. -repetí por cuarta vez en toda la tarde. Llevábamos tres horas aquí, hacía frío, y yo no quería volver a mi casa en la oscuridad. El sacerdote se negaba a pensar que nadie vendría al entierro, como era lógico. Yo lo acepté a la media hora. Nadie, iba, a, venir.

-Zoey… -empezó. Ya nos conocíamos y todo. El se llamaba Joshua. Venía de Philadelphia.

 

-Lo digo en serio.

Al final, aceptó a regañadientes. Me sentí aliviada enseguida, quería irme de esa iglesia lo más rápido posible. No soportaba la compañía últimamente, me sentía demasiado dolida como siquiera dirigirle la palabra al sacerdote. Me levanté cuando hacía falta, y cuando había que sentarse, me sentaba. Joshua me lo decía- me había dicho que lo tutease- ya que sabía que nadie aprendía nunca esto, y yo, no tenía a nadie que fijarme.

-Zoey…¿quieres dedicarle unas palabras a tu difunto padre?

 

No estaba segura. ¿Queria? No me sentía con ganas. Pero de algún modo….acepté.

-Bueno, padre...aquí estoy. En tu entierro. Creeme que no es plato de mi gusto. Te quise. Es lo que quiero aclarar. Te quise. Fuiste un buen padre. Hasta que se te cruzaron los cables, te quise muchísimo. Eras mi ídolo, una persona a seguir. Hacia todo lo que tu hacias. ¿Fuí feliz? Fui muy feliz. Solo espero que tu fueses feliz conmigo, también. Quería agradecerte...que salvases a Relámpago. Siempre recordaré cuando lo trajiste a mi. Me dijiste ‘’toma, este es tu caballo’’ de sopetón. No me lo esperaba, y tu sabías que me encantaban las sorpresas. No sé si ahora me gustan las sorpresas. Da igual. Gracias por hacerme las coletas todas las mañanas y regalarme a Relámpago. Gracias por ayudarme con las matemáticas y gracias por regalarme mi libro favorito. Gracias por ver Forrest Gump conmigo. Gracias por no reírte de mi época gótica. En fin, gracias por haberme criado. Te quise mucho, papá. Espero perdonarte algún día, y que te perdonen todos.

El sacerdote me miró con compasión, de nuevo. Gracias, tío.

Cuando los hombres llevaban el ataúd hacia el hoyo donde enterrarían a mi padre, detrás de la iglesia, en el cementerio Winters, me sentí perdida. Sabía dónde estaba, sabía que el sacerdote Joshua Gremlin estaba a mi lado, no sabía si él sabía que se apellidaba Gremlin y de las burlas que había recibido, pero sobre todo no sabía a quién íbamos a enterrar. Me perdí y seguí preguntándome si en realidad Joshua se hizo sacerdote por su apellido.

No lloré cuando taparon el ataúd.

No lloré cuando uno de los hombres que transportó el cuerpo fallecido de mi padre en el ataúd me dio una palmadita llena de compasión en el hombro.   

 

Lloré cuando leí el nombre y el apellido de mi padre en la placa dorada.

ISRAEL KOWALSKI

Rojo

-Israel, todo va bien. Tus análisis salieron casi perfectos. Aun sigues con el hierro bajo, pero ahora tú magnesio está a un nivel envidiable. Enhorabuena, y sube ese hierro, tío. -dijo el médico Yamada. Su nombre completo era Josh Yamada. Era mi médico desde hace un año, y tenía esa actitud de soy-médico-pero-tambien-sere-tu-mejor-amigo que me ponía nervioso.

-Gracias -dije, aunque no me sentía agradecido. Está bien que me analice los análisis, está mal que me ordene que me haga esos análisis.

-La semana que viene no tienes porque venir. Todo va correcto por ahora, claro que si te sientes distraído, decaído, o pasa algo más grave, ven en seguida -me decía lo mismo los jueves de todas las semanas. Me sentí feliz al saber que el Jueves que viene no lo oiría decirme esto - Bueno, nos vemos en dos semanas. Adiós, Israel.

-Adiós, Doctor Yamada.

Salí del centro después de dejar salir primero a un anciano con bastón. Aspiré el aire fresco, odiaba el olor del centro, olía a hospital, antibióticos, plástico y tristeza. A nadie le gusta estar enfermo. Es realmente un coñazo.

Anduvo hacia la plaza, donde se detuvo en la frutería. Aprovechó que los dueños no miraban y nadie se fijaba en él para robar una manzana.

Estuve andando por la calle High cuando me detuve en una frutería. Aproveché que los dueños no miraban -estaban ocupados con un cliente quejándose sobre lo poco frescos que estaban los pimientos, negándolo- y que nadie se había fijado en mí, para robar una manzana roja. Me gustaba el color rojo.

Me guardé la manzana a mi bandolera y seguí andando. Al girar a una callejuela, me sorprendí al ver una chica sonriéndome sarcásticamente. Era rubia, su pelo estaba un poco graso, y había grandes ojeras bajo sus ojos verdes arenosos.

-Te he visto, camarada. Está mal robar.

Bufé.

 

-Llama a la policía, haz lo que quieras. No me enviaran a Guatemala por una manzana, ¿sabes?

 

-No gastaré ni tiempo ni saldo en llamar a los perros. Tengo un asunto para tí, sé que te interesará.

 

-Sorprendeme, coleguilla. -dije sacando la manzana y dándole un mordisco. Hoy no había comido nada, se me había olvidado de nuevo. La chica miró la manzana y tragó saliva. Miré su cuerpo, estaba muy delgada,se la veía débil.

 

-¿Está buena? -preguntó. Me sorprendí.

 

-Si, está rica.

Tragó saliva de nuevo. Me sentí mal, no sabía cuánto llevaba sin comer, pero parecía bastante hambrienta. Pero...era una desconocida. Sin embargo, antes de que mi cerebro realmente aceptase que le diese de comer a una extraña, yo ya le había preguntado si quería probar. Sentía una necesidad grande de ayudarla.

Ella le dió un mordisco y gimió.

 

-Riquísima. Mi madre hacía pasteles con esta fruta. Eran mis favoritos. Los comía con helado de vainilla.

Sentí de repente un calor en el corazón, feliz de que me contase esto. ¿Estaba empezando a delirar? Quizá debería de volver a la consulta. Intentó devolverme la manzana pero negue. Ella siguió comiendo.

-Bueno, si, tengo algo que decirte. Pero no puedo contártelo ahora. Podemos quedar en una cafetería que conozco, no suele haber gente. Mañana, a las nueve.

Me sorprendí por pensar en invitarla a mi apartamento. <<Eso sería demasiado, Israel>> me dije.

-Está bien.

 

-Mañana a las nueve y media de la mañana en la cafetería Autumn.

Esa noche soñé con manzanas rojas. También tuve una pesadilla con una chica con el pelo rubio.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 13, 2014 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora