Albert

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He recordado otra vez la sensación del calor mentolado en las manos de Sandra en mi frente, no recuerdo mucho de su cara pero los primeros archivos que guardo en mi memoria virgen son las quince primeras veces que me llamó por mi nombre al salir de ese lugar lleno de gente llorando - niños - en el que me metí en mi nuevo cuerpo.
Recuerdo sus lágrimas cada vez que morí, desesperada porque creía que iba a ser la definitiva mientras yo, desde el otro lado, descubría el control que tenían las sombras sobre mi. Mientras pensaba - ¿porqué a mi?- saber que en cuanto me sumía en un profundo sueño, ellas venían a buscarme rápidamente para enseñarme a jugar, a ser libre. Como ellas.
Me gustaba salir con ellas, al principio, pero Sandra no paraba de llorar cada vez que lo hacía; empezaba a entender su lenguaje por las formas de su cara cuando me hablaba preguntándome qué era lo que quería - recordé las palabras que me diría Jaimie en unos años, quien más vive con miedo a morir es el inmortal que duda de su eternidad- fue la primera vez que me fijé en su rostro, era muy guapa. Sus grandes ojos marrones me miraban vigilantes, mientras su mano derecha sobre mi diminuto pecho comprobando si aún respiraba. Asustada.
De vez en cuando el dolor en mi cabeza volvía, las sombras llamándome con susurros que me despertaban casi a media noche y yo intentando ignorarlas con el mínimo control que me permitían mis sentidos aún prematuros. Las sombras no tenían cara pero si ojos y nombres, nombres que no querían decirme hasta que volviera a jugar con ellas, tardé en enterarme pero lo hice. Cosa que no les hizo gracia porque era su forma de mantener mi curiosidad por ellas viva.
Siempre se me aparecían siguiendo un orden, a la izquierda estaban Tallux y Moloch con los ojos de un ambar muy brillante, casi fuego. Ellas me mostraban aquello que no podía ver en el mundo físico, eran mis otros ojos.  A la derecha, Vitis y Bast que me enseñaban los nombres de las cosas, siempre serias y preparadas para responder a mis preguntas. Y en el centro, estaban Valak y Kallox con los ojos rojos como la sangre, ellas eran mis emociones, mis miedos, mis talentos oscuros. Eran mi yo más puro.
Cada año mi cuerpo crecía, resultaba incómodo sentir el crujir de mis huesos bajo mi piel, sin armonía alguna. El calor de mi sangre fluyendo era pasable, me mantenía ocupado mientras las sombras dormitaban en el otro lado refugiadas del incómodo sol amarillento que reflejaban mis ojos. No les gustaba para nada.
Sandra empezó a darse cuenta de mi aflicción hacia la luz cuando cumplí quince, me pasaba horas enteras en mi cuarto tumbado, según creía ella, pero estaba con mis amigas las sombras. Pululando por la oscuridad de mi cuarto, yo proyectado como mi propia sombra despegada de los pies de mi cuerpo, y ellas mimetizadas con el negro de mi habitación. En esos momentos podía verlas como eran de verdad, seres oscuramente bellos.
Una vez, me hice daño jugando con otros chicos, fue la primera vez que sentí dolor y no era para tanto, pero me dió miedo - las sombras no sienten dolor, porque las sombras no tienen miedo, me dije a mi mismo- ese día asumí que nunca llegaría a ser una sombra del todo. En ese momento escuché a Kallox susurrándome - cuando tengas miedo llora- y me eché a llorar asustado. Tenerlas conmigo empezó a gustarme, parecían saberlo todo. Y yo quería saberlo todo.
Sandra me decía la de veces que se pasó sentada a mi lado, en la madrugada cuando tenía pesadillas. Pero seguía sintiéndose anonadada por el hecho de que yo parecía disfrutarlas, y lo hacía. Pero ella no debía saber el porqué, Valak u otra de ellas me castigaría con creces. Nadie podía saber que las sombras existían, nadie excepto yo.
Moloch me contaba de su pasado mientras dormía, de cuando era un dios fenicio y le confundían con un angel con cuerpo de hombre y cabeza de carnero.
Los hombres que lo veneraban y se alimentaban de su oscuridad; pero no querían que nadie más lo supiese, Moloch concedía la inmortalidad a sus seguidores. Pero Moloch y sus seguidores tenían los días contados; como muchas otras deidades a quienes la Biblia mal nombró Moloch fue denigrada y trasladada a la demonología. Durante siglos la persiguieron por toda Europa, estaba sola. Moloch también me hablaba de sus seguidores, algunos decían amarla con locura, pero como ella descubriría a quien amaban era su protección, su poder.
Las sombras odiaban que les llamase "demonios", pero yo también pensaba que lo eran ya que la primera vez que las vi cuando nos cruzamos dos días antes de nacer yo, de manera oficial. Me bastó un segundo, un instante camuflado con una eternidad que pasó muy rápida ante mis ojos, tenían cuernos. Quizá solo querían mantenerme con ellas, quizá no querían que me asustase. A nadie le gustan los demonios, ni siquiera a mí.
Vitis se quedaba fascinada conmigo. El alma, normalmente, viene cargada de todos los conocimientos que uno va a necesitar en la vida. Al hacerse física solo quedan remanentes de esos conocimientos, espacios prediseñados vacíos en los que colocar los pocos conocimientos que se logran adquirir. Conmigo era distinto, nací con ese saber intacto. Como quien va a un examen sabiéndose las preguntas y las respuestas. Cosa que me hacía un ser peligroso, para los adoradores de la luz. Yo sabía cómo era el otro lado, y ellos no podían permitirlo.
Al cumplir dieciocho dejé de dormir todas las noches, ya no podía, mis ojos no me dejaban. Valak decía que eran los efectos de estar tanto tiempo con ellas, me estaban quedando secuelas, y la creí.
Perdí contacto con mi consciencia las primeras semanas, me pasaba horas escribiendo la misma frase en mi portátil - apaga la luz- una y otra vez. Me preguntaba que sería lo siguiente, ¿el hambre, la sed? esperaba que no fuesen mis dedos. Los necesitaba para escribir mis sueños, al menos los que pensé que quería tener. Eché de menos dormir hasta que me olvidé de ello, Tallux me ayudó a hacerlo. Las sombras no duermen me dijo, como lo hizo otras tropecientas veces.
Fue un alivio tener a Bast conmigo en muchas ocasiones; como la primera vez que estuve con Kendra, mi novia, Bast me dijo de apagar las luces para poder hablarme mientras. Acostarnos fue lo más estimulante que había hecho sin las sombras, bueno, casi sin ellas, tener a Bast susurrándome a la par que ponía en práctica sus "trucos" con Kendra me hizo sentirme genial por una razón que ignoré en aquel instante. Me excitaba pensar que por un instante Kendra, era Bast.
Me frustraba ir a clases, no las necesitaba después de todo lo que tenía ilegalmente guardado en mi cerebro. Los otros chicos me parecían primitivos, se comportaban de maneras que me resultaban molestas e insoportables. Eran niños.
Las sombras no podían entrar al colegio, repleto de crucifijos y símbolos religiosos por doquier - Sandra se las ingenió para meterme en un colegio católico - y más con las hermanas haciendo guardia disimuladamente por los pasillos, las aulas y la biblioteca. Podía verlas, por más que disimulasen veía sus ojos fisgones; incluso llegué a creer que podían ver a las sombras. Todas las señales apuntaban a ello, ¿lo sabían?
Pasar desapercibido entre tanto adolescente no me resultaba dificil, no hablaba durante las clases, ni tenía amigos. Los profesores no se quejaban, sacaba buenas notas, era obvio. Lo sabía todo, solo necesitaba las preguntas y las respuestas aparecían ante mis ojos. De noche me quedaba sin hálito unos cinco minutos durante los cuales cerraba los ojos y volvía a sentirme como durmiendo.
Descubrí que todo lo que tocaba moría súbitamente, tardé en darme cuenta porque al principio no tenía sentido. Primero, un equipo de estéreo que había en casa; sonaba de marravilla hasta que pasé por delante y empezaron a salir chispas de él. Luego de eso fue la lavadora, que era nueva pero cuando giré uno de sus botones para ponerla en marcha dejó de funcionar. Pensé que eran las sombras, o una coincidencia tras otra, pero cuatro días más tarde salí a dar un paseo y mientras volvía a casa acaricié a Slupy -el perro de nuestra vecina- y en cuanto avancé un poco se desplomó sobre la acera - por Dios, pensé- la cabeza me daba vueltas; cómo era eso posible, me fui corriendo a casa. Estaba asustado. Las sombras me volvieron a hablar ese mismo día en la madrugada, no parecieron sorprendidas cuando les conté lo ocurrido. Llevaban tiempo sin hablarme, llegué a pensar que se habrían marchado, o que ya no podía verlas. Me sentí muy solo sin ellas, no solo eran mis amigas; las sombras eran mis madres. Valak me lo explicó todo, -eres un bendecido por las sombras- me dijo -y como tal rezumas oscuridad pura igual que nosotras, letal para cualquier otra forma de energía-, no hicieron falta más explicaciones. Ya estaba infectado, ya era como las sombras; pero no era para nada lo que yo me esperaba. Me cobraron el precio sin consultarme, no volvería a tocar a nadie. O eso creía. Y lo más confuso ¿qué quería decir con que era un bendecido por las sombras?
Tiempo después se publicó mi primer libro " Opción de Ser oscuro", una elocuente reflexión centrada en el asunto de la existencia de seres sobrenaturales. A todo aquel que lo leyó le parecía una bofetada al cinismo, una revelación en toda regla. Los elogios y premios llegaron tan pronto como canta un gallo, pero yo era el más confundido de todos, no recordaba haberlo escrito. Me fui  a la cama una noche y al amanecer abrí el portátil -como todos los días- y allí estaba. 124 páginas de puro ingenio, misterio e intriga escritas a Times New Roman, tamaño de letra 14 y justificado. En menos de tres semanas el libro se vendió como fuegos artificiales en el año nuevo Chino, a las cinco semanas ya era un bestseller con más de 45.000 ejemplares físicos y  68.000 ejemplares digitales vendidos. Me sentí como un dios, no podía sentirme de otra forma. Durante seis meses fui  una sensación  mediática;  todo el mundo quería conocerme, todo el mundo quería escribir como yo y desde luego, todo el mundo se sabía mi nombre. Sin embargo en mi interior conocía la verdad, las sombras lo habían escrito aunque fuesen mis dedos los que teclearon las 466.008 palabras que le daban forma. Pese a ser una persona tan inteligente, pensar en ello me hacía sentir que era un  bobo, un falso. Otra marioneta más el la larga lista de marionetas que las sombras habían utilizado para plasmar sus secretos, ya se habían apropiado de mi cuerpo antes pero nunca me daba cuenta. No podía soportar esa sensación y una noche de invierno traté de quitarme la vida con unas pastillas de cicuta que pillé en internet.
Noté que no había muerto cuando lo que vi al abrir los ojos fue a la doctora que me atendió, a pesar de no haber conseguido quitarme del medio fue casi como dormir -o al menos como recordaba que era- me ardía la garganta y el estómago no dejaba de darme vueltas -¿porqué seguía vivo?- no lo comprendía. La doctora no paraba de hacerme las mismas preguntas - ¿qué había tomado?, ¿si vivía solo?- le dije que me confundí de pastillas buscando unos calamantes y me tomé media caja de somniferos en cuatro horas. Me creyó, después de todo seguía teniendo los mismos dolores de cabeza desde hacía veinte años. Fui sedado, cosa que no me ayudó a conciliar el sueño, pero me ayudó con el dolor de vientre. En cuanto la doctora salió de la habitación oí una voz llamando mi nombre, -era la voz de Moloch-, llevaba tiempo sin hablarme pero no había olvidado el tono de su voz. Menos femenina que las demás, un poco distorsionada pero audible;
-- ¿qué es lo que quieres Moloch?, -pregunté con desprecio cerrando los ojos, no quería verla- ¿hay algo que no haya visto que quieras mostrarme, tal vez la traición reciente de vosotras hacia mi? -añadí con sarcasmo-.
--Nosotras no te hemos traicionado, trata de verlo con otra perspectiva muchacho -respondió con tono serio- tampoco te hemos utilizado, jamás lo hemos hecho. Solo....
--solo qué, -interrumpí-, ¿solo me disteis habilidades y vuestras putas bendiciones por que os parecí guapo y encantador? -estaba furioso-
--sabes bien que no fue por eso muchacho, nosotras te salvamos la vida, -levantó la voz-
--¿que me salvasteis la vida?, ahora que lo pienso fue por vosotras que casi muero de pequeño. Acaso le llamáis a eso salvar una vida.
--No recuerdo que te quejases cuando te enseñamos a entender quien eres, ni cuando te mostramos todo lo que te hace especial, lo que os hace especiales -noté que se movía, ya sentía su voz delante de mi-,
--ya, pero eso era porque no sabía los planes que teníais para mi, -respondí a la defensiva-, no quería abrir los ojos; no porque la tuviese miedo, ni mucho menos. Era consciente de la influencia que tenían las sombras sobre mi, sólo con mirarme fíjamente a los ojos me ponían a su merced.
De pronto sentí la mano de alguien en mi rodilla, era Sandra. Moloch ya no estaba. Me resultaba violento tener que mentirle tanto a Sandra, mi reciente conversación no solo había sacado mi enojo a flote sino también me dió una razón para seguir al lado de los que me impotaban, de Sandra. Ese mismo día me dieron el alta, ella me acompañó hasta casa, no paraba de pensar en algo que me dijo Moloch -lo que os hace especiales-, osea que no era el único pensé, ¿quiénes eran los otros?, ¿porqué no me lo habían dicho?. En ese momente fue cuando empezó a aflorar mi ira, me levanté airado del sofá, salí disparado hacia mi cuarto. Solo conocía a alguien que podía decirme quiénes eran, Bast.
Entré en mi cuarto, dejé la luz prendida para poder verla
--sé que estás aqui Bast,-dije casi a viva voz-, tengo preguntas que hacerte.
sentí una repentia corriente de aire frío, era ella. Estaba ahí, a una distancia prudencial. Solté un suspiro, y me armé de valor para acercarme a ella.
--¿qué es lo que te asusta tanto?.-preguntó-, creí que a estas horas ya estarías con nosotras, te ví ahí tirado -me estaba vacilando-.
--claro, me sentí oligado por ciertos entes no humanos con los que llevo conviviendo unos años, -respondí -, tengo preguntas Bast.
--claro, quieres saber quiénes son los otros bendecidos ¿era eso?
me puse nervioso,se me había adelantado
--por supuesto, ¿y que piensas hacer con ellos?, -me preguntó tajante-
--conocerlos, -para nada quería conocerlos, tenía otra cosa en mente-
Bast me dió los nombres, y como ya sabeis los busqué, los encontré, y después de observarlos y ver que eran iguales que yo no me quedó mas remedio que matarlos a todos.
Así que señoría, -refiriendome al fiscal que presidía mi ejecución-, esas son mis últimas palabras.
Me llamo Albert Saw, y soy un bendecido por las sombras.

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⏰ Última actualización: Apr 12, 2019 ⏰

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