Solo una gota de agua, era lo único que necesitaba en aquel momento. Su mente solo podía centrarse en ese pensamiento. Conseguir unas gotas del cristalino líquido para sobrevivir.
Su boca era un desierto, incapaz de mover la lengua o de producir saliva para tragar y aliviarse. Cada paso era una tortura, apoyado contra aquellas viejas paredes, intentando no caerse a la par que sentía todo el mundo girar bajo sus pies.
Respiró, con la vista nublada intentó observar algún lugar donde conseguir agua pero el punzante y continuo dolor en su cabeza no le dejaba pensar ni encontrar su objetivo.
Continuó caminando, sin saber exactamente hacia dónde se dirigía. No obstante, su cuerpo no resistió, y con un traspiés cayó al suelo, notando la tierra bajo su peso, el cual ya era bastante reducido. Apoyó los brazos, trató de levantarse, pero no podía. Extenuado, reposó en aquella tierra tan seca como su boca y tan pálida como su piel.
Al principio se negaba a morir entre las calles de aquel pueblo devastado y abandonado por los ojos de Dios. Sin embargo, después de miles de horas caminando, sin ver a nadie y sin encontrar nada, decidió rendirse.
Alzó la vista una última vez, dibujando una fina curvatura en su rostro a modo de sonrisa, apretando la arena bajo sus dedos y dándose cuenta de que nunca había estado en un pueblo y que solo se había perdido por el desierto.
Condenó su estupidez, se hubiera reído si hubiera tenido fuerzas, viendo aquello como una mala broma del destino, el cual había conseguido atraparle y matarle.
Sitibundo: que tiene sed.
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Pequeñas historias de un pequeño escritor.
RandomCada día descubro una palabra, y de esta palabra creo una historia. Tal vez te parezcan cliché pero te invito a que te tomes un momento para leerlas, y descubras conmigo grandes historias basadas en pequeñas palabras.