No creo en la vida después de la muerte. Siempre he pensado que cuando alguien se muere, se muere. Quizá ocurra lo mismo con los momentos. Me acuerdo de mi encuentro con el señor Colunga —tan solo han pasado dos noches—, pero no hay nada tangible que me conecte con ese recuerdo; ese momento simplemente ha dejado de respirar.
Cuando terminamos, me abrazó y me acarició el pelo. Esa ternura estaba fuera de lugar. Y como no estaba preparada para algo así, me vestí sin más y me marché. No trató de impedirlo, pero se quedó mirándome mientras me alejaba. Y había algo en su expresión que hizo que mi pulso se acelerara. No me miraba como lo hubiera hecho un desconocido. Me miraba como si me conociese, quizá más de lo que tenía derecho a conocerme.
Gabriela estaba en nuestro cuarto cuando llegué. Insistió en que le contara todo con pelos y señales, pero no entré en detalles. Conseguí hacerle un placaje contándole que había tonteado en un bar de paredes de cristal con un hombre misterioso, que no paraba de ofrecerme copas que tenían un precio un tanto excesivo y que sabían a seducción.
La decepcioné. «Eres una causa perdida», protestó mientras yo me quitaba el Hervé Léger y me ponía el casto albornoz blanco del hotel. Metió el vestido en una porta trajes. La negra bolsa de plástico tragándose el vestido me recordó a un ataúd. No solo había perdido el momento, también estaba enterrando una versión de mí, enterrándola en una porta trajes que ni siquiera era mío.
Sin embargo, sentada en mi despacho de Los Ángeles, entre las paredes amarillo claro y los archivadores meticulosamente organizados, me doy cuenta de que así es como debe ser. Fue un sueño, eso es todo. Y los sueños no suelen tener consecuencias. Puedés aprender de las lecciones que enseñan o simplemente descartarlas. Tan solo fueron unas pocas horas en las que mi subconsciente tomó las riendas y permitió que una pequeña y oculta parte de mí escribiera una historia en intensos colores. Una historia marcada por la pasión y la excitación, dos sensaciones que en la vida real no duran mucho.
Solo un sueño.
Cojo el archivo de un cliente. Mi trabajo consiste en decirle a la gente cómo hacer el suyo. Invierte tiempo y dinero en esto, no en lo otro, etcétera. Yo trataba a las corporaciones como si fueran personas mucho antes de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos se pronunciara sobre este tema. Son entidades multifacéticas, exactamente igual que nosotros. E igual que las personas, las corporaciones que tienen éxito son las que saben qué partes de sí mismas merece la pena desarrollar y cuáles deben eliminarse, ocultarse del interés público. Son las que saben cuándo cortar por lo sano.
Se dice que lo que define a las corporaciones es que el dinero es su idioma, pero yo creo que no. Yo creo que lo que en realidad define a las corporaciones es que el dinero es su alma.
Por tanto, soy una consejera espiritual.
Esa reflexión me hace sonreír, mientras reviso el archivo de un cliente y me regodeo pensando en el día del cobro.
—Lucero Hogaza, ¡hemos triunfado!
Levanto la cabeza y veo a mi jefe, Tomas Gonzales, de pie junto a la puerta. Mi ayudante, Barbara, está a su lado y me sonríe como pidiéndome disculpas. Tomas siempre irrumpe en los despachos sin permitir que nadie anuncie su llegada. Su apellido parece una broma poco acertada, ya que jamás lo he visto mostrar ni inspirar nada que se parezca al amor.
—¡Tenemos una cuenta nueva!
Exclama entrando en mi despacho y cerrando la puerta a sus espaldas. No parece darse cuenta de que básicamente ha dado a Barbara con la puerta en las narices.
Cierro el expediente que tengo entre las manos. Tomas nunca viene corriendo a mi despacho cuando recibe una cuenta nueva. Sigo peleando por subir posiciones en esta empresa y el hecho de que aprovechara los contactos de la familia de David para meter la cabeza ha hecho que la cuesta sea aún más empinada para mí. Un título de una de las mejores universidades de Estados Unidos debería haber bastado, pero hoy en día nada es suficiente. Tienes que sacar las mejores notas de la facultad y hacer prácticas bajo la supervisión de los peces gordos de la industria. Debes tener todos los ases de la baraja.
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El desconocido #LC Saga Solo Una Noche
AventuraEL DESCONOCIDO Solo una noche I Esta es una historia adaptada por mí, todos los derechos de esta obra son única y exclusivamente de su autora.