De notas y música

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Remus Lupin toca el piano.

Si, suena bastante cliché. Reservado, observador, lector, prefecto, mejores notas de su curso, hombre lobo, y pianista. Pero la verdad es que sí, toca y le encanta.

Si le preguntas, te dirá algo como bueno, en realidad apenas toco o si, toco, pero de verdad que no soy nada bueno. 

Y estaría mintiendo.

En el fondo sabe que tiene un talento, aunque solo se lo admita a si mismo cuando es muy tarde, y esta pensando en como le ha salido una sonata de Richard Strauss casi al quinto intento. Muy en el fondo, hay una vocecita que le permite ser un poco arrogante y le responde, en una voz muy pequeña y casi inaudible, que tal vez, solo tal vez y a pesar de todo, si sea bueno con el piano. 

Es su escape. Le encanta lo rápido que se mueven ambas manos sobre las blancas teclas del viejo piano en el tercer piso, en ese pequeño salón casi abandonado. Le apasiona esa explosión que siente cuando las ultimas notas suenan y se da cuenta de que no ha realizado ni un error en esa canción que lleva trabajando por semanas.

Cuando las cosas se vuelven demasiado, cuando Sirius decide ignorarle por todo el día, cuando James parece más amigo de el resto que de el, cuando respirar se vuele difícil, cuando lo único que quiere hacer es aislarse porque se siente por fuera, siente que todos se tienen entre sí y el esta destinado a mirar desde afuera, cuando ve cuerpos desnudos que no tienen miedo de mostrarse y les envidia, cuando sus cicatrices son demasiadas, cuando esa angustia repentina le golpea y le tiemblan los labios y no entiende por que carajos le pasa esto si ha tenido un buen día, Remus toca. Y sonará como una idiotez, pero toca y se concentra en las notas, en el blanco y el negro, sus largos dedos haciendo algo que parece magia blanca, y desaparece. Se siente hermoso por un segundo. La música se mete bajo su piel y le hace temblar. Siente que si para de tocar se muere, entonces toca canción tras canción sin detenerse ni por un segundo a respirar. A veces tiene que recordarse a si mismo de hacerlo, siente que hasta el mínimo soplido puede cortar las notas que se mantienen suspendidas en el aire. Cierra las puertas y hechiza las paredes para que nadie le escuche. Es una pena que lo haga, debería tocar todas las mañanas en el Gran Comedor para que su energía y magia se le pegue a esos alumnos que todavía siguen un poco dormidos, pero no, porque solo toca para si.

Remus Lupin guarda muchas cosas. A veces siente que si pone sus emociones sobre la mesa y dice miren, hoy me siento como una plumita y si alguien me sopla seguro que me derrumbo, así que mejor me quedo en cama, siente que pueden manipularlas. Que van a tomar sus emociones y que van a poder hacer con ellas lo que se les plazca, entonces prefiere quedárselas, que sean solo suyas. A veces se vuelven demasiado, algunas de ellas quieren salir corriendo de su cabeza y plasmarse en palabras, pero Remus las contiene, por un ratito. Luego toca. Las notas encogen sus emociones, las hace apretujarse y las contiene por unos días. A veces es suficiente, la música le salva de una manera u otra como nada más lo hace. Siempre esta ahí, ya sean las dos de la tarde o las cinco de la mañana. Ese piano desgastado siempre estará ahí para que Remus le haga vivir por un rato. 

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