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Había sido llevado a Nueva York para curar la tristeza de que sus alas habían sido cortadas.
Incluso él había creído y sentenciado a su alma ante el hecho que jamás podría volver a surcar el cielo; Aún ahora, con los pies sobre la tierra además de la resignación disfrazada de "ánimos" por comenzar una vida distinta aprendiendo de fotografía fue como Eiji Okumura llego a los Estados Unidos de Norteamérica.
Su estadía fue más larga de lo planeado, pero por primera vez la realidad golpeaba a su juventud y una pequeña flama había sido encendida en su pecho. No se comparaba al vacío en el estómago que le causaba el salto en percha, esta nueva adrenalina, sentimiento nuevo que le hacía brillar mientras le abrumaba de tal manera que todo a su alrededor era iluminado .

Desde hace siete días que había regresado a su aburrida vida en Japón pero aún quedaban curiosos para acercarse a él sin permitirle olvidar el fuego que hacía vibrar su corazón.

Algunos daban rodeos, llegaban a saludar casualmente a la familia o con el pretexto de algún obsequio para esta, siendo los vecinos cercanos quienes tenían la necesidad de esparcir el adminiculo por toda la zona con el mayor lujo de detalle.

El segundo grupo era un poco más agradable, los niños y las amistades cercanas hacían con toda confianza una sencilla pregunta en busca de satisfacer la duda: ¿Por qué te dispararon?
Los recuerdos evocaban al joven quien se quedaba estupefacto procesando la información por cortos segundos para luego dar paso a una mueca de dolor al recordando el impacto de bala contra su piel llenándola de ardor y calor, desgarrando su carne e incluso como la sangre salía a borbotones desde sus adentros, breves instantes duraba aquella situación cambiando su gesto en autentica felicidad mientras pronunciaba. ─ Por un amigo. ─

El hilo rojo del destino era absurda superchería en la creencia del joven japonés antes de su partida a occidente; Es raro el destino ya que tras diez días de reintegración familiar, esas tres personas que por tanto tiempo le habían exigido volver a casa con suma preocupación, ahora le llenaban de atención y mimos en evidente acto de haberle extrañado, aun así, él no lograba sacar de su mente al ser maravilloso con el que mutua e ignorantemente había terminado atado a tal grado que mientras narraba sus anécdotas los sentimientos desbordaban al punto de casi hacerle estrangular erizando su carne e inundando a quien le oía de cierta ternura ante la presencia del hermoso sentimiento de amor juvenil.

La segunda semana desde su regreso al continente asiático se encontraba en curso cuando Sunichi Ibe había llegado en búsqueda de su joven asistente.
El tío de Eiji se veía intranquilo. el semblante abatido que tal parecía haber cometido un crimen terrible, cosa que preocupo a la familia quien le recibió invitándole a pasar ya que estaban tomando un poco de té, había que aprovechar lo que quedaba del invierno.
El fotógrafo agradeció tomando la taza ofrecida de la humeante bebida y para cuando llego a la mitad de está intentando sonar lo más calmado posible para no romper el agradable momento,
pidió hablar con el chico unos instantes en privado a lo que los padres entendieron y entre el cotilleo de recoger las tazas pasaron a retirarse de la sala dejando frente a frente a su hijo y al nervioso hombre a mediados de sus treinta.



Max Lobo le había rogado de manera encarecida no revelar absolutamente nada. La devastadora noticia sería un duro golpe para el joven moreno, nadie deseaba arrancar la felicidad que Eiji había acarreado desde su regreso a Izumo, sería un crimen acabar con su alegría, pero; Ibe hombre leal, de sentimientos nobles quien apegado a las costumbres del Japón no se sentía lo suficientemente fuerte para sostener la mentira. Sabía que tarde o temprano Eiji buscaría a Ash, un video llamado no respondido, una llamada llevada hasta el buzón de voz, mensajes sin ver, era mejor romper la felicidad ajena que dejar esperando a su sobrino por alguien que no llegaría.
Solo habían pasado cinco días desde que la noticia era de su saber, no podía callarlo más.
Le rompía el corazón como la pequeña sonrisa del menor intentaba animarle en conjunto con su inocencia mientras preguntaba si todo se encontraba bien con él, cuestionando si el trabajo era causante de su estado hicieron que este se descompusiera en un par de lágrimas discretas ante lo que iba a hacer, rogaba perdón antes de abrir la boca.
Okumura trago en seco a la expectativa de su mayor mientras que el hombre castaño con gran esfuerzo intentaba suavizar sus palabras y articular. Lo mejor era no mirar al chico por lo cual cerró los ojos con pesadez, le sería mucho más fácil.

─ Eiji...paso algo con Ash hace unos días.
El mencionado tembló ligeramente intentando entender la situación, ya imaginaba lo peor al ver a Sunichi de tal manera, pero no le interrumpió.

─ Lo apuñalaron en la biblioteca pública y el...ya no... esta... murió. ─ Abrir los ojos en ese momento fue una mala decisión, al enfocar la vista en su interlocutor capturo paso a paso él como este se descomponía presa de su sufrimiento.

No era una broma y nadie se atrevería a jugar de esa manera con el sabiendo lo que Ash significaba. Se había quebrado de tal manera que grandes lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos en silencio mientras temblaba cual si la habitación estuviera bajo cero, negó con fuerza rehusándose a la idea de un mundo sin él.
Su llanto era incontrolable comenzando a ser audible haciendo que sus progenitores acudieran a toda velocidad desde el segundo piso de la casa para tomarlo en sus brazos y tratar de saber la causa de tal estado.


Había perdido una parte de sí mismo al dejar el deporte pero...Aslan lo había hecho encontrarse, a su lado sentía lo que era estar completo...el ya no estaba.
No podía escuchar las voces ajenas o su propio llanto, no era capaz de detenerse mientras sus padres trataban piadosamente de calmarle en vano mientras su tío político hacia una reverencia completa rogando perdón.

Pasaron el primer mes con Eiji sumergiéndose lentamente en un mar negro y desconocido llamado depresión .
El tiempo pasaba lento, casi todos los días el joven era frustrado en sus intentos por volar a América de regreso, rogando ver la última morada del lince que ahora era el cementerio municipal de la ciudad de Nueva York .Era inaudito, él no podía sentir más que tristeza.

Tadaima (た だ い ま) / Okaeri (お か え り)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora