"Dicen que a las chicas buenas les gustan los chicos malos.
¿Tú qué piensas Sakura? Sakura se ruborizó, ella era una chica buena según decían, y la imagen en su cabeza de chico malo tenía nombre y apellido.
¿Sería aquello posible?".
Ni los persona...
"Dicen que a las chicas buenas les gustan los chicos malos, ¿Tú qué piensas Sakura? Sakura se ruborizó, ella era una chica buena según decían, y la imagen en su cabeza de chico malo tenía nombre y apellido, ¿Sería aquello posible?"
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El lunes había llegado siendo sinónimo de día de escuela. A Sakura le costaba levantarse, el primer día de la semana le había resultado siempre increíblemente molesto, solía acostarse tarde los domingos según ella porque era día libre. Para cualquier otro adolescente "normal" la desvelada sería atribuida a una noche de fiesta salvaje y borrachera en algún club en donde bailaría o tomaría como si no hubiese un mañana, tal vez a conversaciones largas con el novio o conversaciones estúpidas con los amigos en el parque que se había convertido en el punto de reunión de Tomoeda, pero para Sakura acostarse tarde un domingo se debía a que se emocionaba dibujando, a veces pasaba horas en un dibujo hasta que quedara exactamente como se lo había mostrado su cabeza.
Si no era dibujando se desvelaba simplemente tumbada en la cama mientras miraba el techo de su habitación, entre suspiro, sonrisa y fruncimiento de ceño imaginaba las miles de situaciones que nunca pasarían en su vida, soñaba despierta, a veces simplemente escuchaba música hasta el cansancio, cuando sus ojos se cerraban por si solos con la ayuda de Morfeo y el reproductor en su mano se quedaba sin batería, pero casi en todos los casos... leía, le encantaba leer toda clase de libros, se emocionaba página, tras página, tras página, su mente se desconectaba del mundo y se hacía una con las hojas, en esos días estaba enfrascada especialmente con aquellas novelas románticas que la hacían soñar y la elevaban por las nubes. Sakura había empezado a imaginar que algún día llegara su príncipe azul, como el que pintan las películas, un príncipe que la salvara de los problemas y del mundo real, que la condujera hacia el paraíso.
Sin embargo Sakura estaba consciente que ella no tenía ningún problema serio, que no era una cenicienta obligada a hacer las labores del hogar por unas horrendas hermanastras junto con la malvada madrastra que se imaginaba teniendo una verruga en la nariz, tampoco era una Blancanieves y dudaba conocer siete enanos, lo único que tenía en común con la bella durmiente sería el gusto por dormir.
La jovencita suspiró, ella tenía una vida más bien normal y estable, claro que no era perfecta pero siempre se comparaba con los menos afortunados y resumía que su vida estaba bien, tenía una pequeña casita color amarillo suave con un pequeño y adorable jardincito decorado con flores y un árbol que daba a su ventana, su familia era amable con ella, así que dudaba que algún príncipe tuviera que rescatarla de nada.
Cuando se pasó una mano por el cabello frente al espejo notó un leve hematoma alrededor de su muñeca en donde la piel había tomado un horrible color verdusco, frotó esa sección con su mano que era mucho más pequeña que la que le había dejado esa marca que se quitaría en unos pocos días más; no es que Li le hubiese tomado muy fuerte la muñeca, era que ella tenía una piel muy débil. Tras un suspiro procedió a colocar unas pulseras para cubrir aquello, no quería que nadie le preguntara que le había sucedido. Ella no era buena mintiendo y lo que menos quería era que al contar lo sucedido tacharan a Li de malvado, cuando ni siquiera ella le consideraba así.
