El lugar y el nombre del lugar en el que vivo no es para nada relevante, solo me importa ese rincón, ese trozo de superficie, ese muro donde las olas del mar chocan contra el acantilado impasible a sus golpes, pero permitía que algunas gotas saladas salpicaran mi cara si me asomaba hacia la marea brava.
Este es mi lugar, al que perteneceré de por vida por muy lejos que me lleve la vida, aun si estuviera muriendo, sé que solo alcanzaría la paz si veo por última vez el Sol ocultarse tras el horizonte desde este lugar. Pues eso es pertenecer a un lugar, el deseo de volver hasta el final.
A veces creo que es cosa de mi nombre (Zale), que es algo raro para una persona tan normal como yo, y todo fuer por mi madre, que no permitió que nuestro padre nos pusiera nombres comunes sin sentido alguno. Por lo que Zale, significa "fuerza del mar", mi hermano mayor es Anil, cuyo significado es "viento" y mi hermana menor Basma, cuyo significado en árabe es "sonrisa". Puede que mi hermano y yo no entendamos nuestros nombres, pero en el caso de Basma, no podría venirle un nombre mejor, pues es una chica que exhibe sus dientes constantemente.
Así es mi familia, poco común, pero no tengo quejas. Aun así, sin tener quejas, la vida siempre encuentra buenos momentos para golpearnos por completo con su indiferencia que le caracteriza y que nos recuerda que en el fondo no somos nada más que una existencia efímera. Ese momento me llegó con 15 años, cuando mi abuela murió dejándome huérfano de su cariño, aun así pudo enseñarme el verdadero sentido de la fuerza.
Fue solo en ese momento y en ningún otro, en el que mi padre, un hombre extremadamente silencioso de gran prudencia y vida honrada, consiguió cambiar todo con una sola frase: "Las personas importantes son aquellas que nos cambian la mirada para siempre justo después de su partida".
Supongo que sabia a la perfección la razón que llevaban sus palabras, pues pase el tiempo que pase, siempre algo en mí no volverá a ser igual, como si me faltara algo en la mirada. Pero la peor parte fue a parar a mi madre, ¿cómo se supera la muerte de alguien tan importante, que te lo dio todo hasta el final? Las heridas que no se ven son las que más cuesta cerrar y a la vez las que más sangran, incluso se puede asegurar, que en realidad, nunca sanan, esperando cualquier día gris para volver a abrir la piel del alma.
Pero todos tenemos tiempos oscuros donde uno mismo se mira a los ojos durante horas para acabar sin saber que era lo que estaba observando, y en todos esos momentos yo la tuve a ella, Anthea, o como yo prefiero llamarla An.
Mientras pienso en todo esto, me encuentro sentado sobre el muro, con las piernas dando hacia el vacío del acantilado que da paso al mar, permitiendo a las olas mojarme las plantas de los pies.
Hace días que se realizó el funeral, pero mamá sigue igual como si un tráiler con la carga de hormigón le hubiera pasado por todo su cuerpo, fracturando cada hueso que la compone.
¡Zaleeeee!- El grito de guerra que lanza me asusta.
Me giro totalmente y veo a An corriendo hacia mí, su cabello castaño se mueve a saltos y alborotándose por el viento que sacude el acantilado, pero sus cabellos no alcanzan a tapar sus ojos de color almendra que casi parecen dorados al llegar el atardecer.
Hola An.- Le respondo.
E s entonces cuando me doy cuenta de que no se detiene, sigue corriendo, directa hacia mí y detrás solo está el rugido de las olas que golpean la roca con furia.
Espera.- Le digo aterrado, colocando las piernas al otro lado del muro.- Vamos no seas cría, espera.
Pero siempre da igual lo que le diga, ella simplemente no me escucha, ni aunque le rogara. Desde donde me alcanza la memoria, siempre fue así, no había nada que se pusiera entre nosotros, no existía nada que me separara de ella, aunque no entienda el motivo.
¡Zale!- Grita mientras se lanza sobre mí.
En cuanto veo su sonrisa lo olvido todo, era su efecto sobre mí, podía estar caminando sobre cristales rotos, que ella me confortaría al final del camino con su sonrisa. No es que estuviera enamorado de ella, es solo el amor que le daba de vuelta.
Sus brazos me rodean con fuerza y yo abro los míos, agarrando su cuerpo, el que tanta calidez trasmite. Hundo mi cara en su pelo y me dejo inundar por su fragancia. Luego nos separamos y ella me mira directamente a los ojos.
¿Cómo has estado?- Me pregunta mientras me acaricia una de las mejillas con el dorso de su mano.
Pues después del susto, al creer que me tirarías acantilado abajo, estoy bien.- Justo después de decirlo comenzamos a reír.
Luego An solo hace media sonrisa, trasmitiendo tanta ternura en un simple gesto.
Tienes ojeras.
No están las cosas tan bien como pensaba.- Miro al suelo al responderle.
¿Tan mal sigue tu madre?- Me pregunta y se sienta justo a mi lado.
Solo sé, que si sigue así, enfermará. Basma solo tiene doce años, ha dejado de sonreír a todas horas como hacía antes y mi padre... Mi padre, cada día que pasa menos tiempo en casa.
An no dice nada, libera un leve suspiro, me rodea con sus brazos y coloca su pequeña cabeza sobre mi hombro.
Todo va a estar bien, siempre acaban las cosas bien.- Susurra.
Ojalá tengas razón.
Me suelta y al mirarle veo que tiene una amplia sonrisa en la cara.
Por cierto, que bien llevas los quince años.
No seas tonta.
Aunque sigues sin saber peinarte esa leonera de pelo que tienes en la cabeza.
Mi pelo me gusta.- Le respondo cogiendo un mechón que cae por mi cara.
Pero es muy difícil ver tus ojos grises, lo tapan los mechones que caen por tu cara.- Comienza a acercarse mucho a mí, pero no me pone excesivamente nervioso.
Vale, si tú lo dices, intentaré peinarme.- La reacción es automática, aumentando el tamaño de su sonrisa y baja el muro de un salto.
No me mal interpretes.- Comienza a decir mientras se adelanta a pasos cortos y me da la espalda.- Me gusta tu pelo.
Nos quedamos así, en silencio, un instante, mientras el Sol se iba poniendo a nuestras espaldas, mientras bañaba su pelo de luz dorada, se gira poco a poco, y yo me preparo para el momento que se acerca, uno de mis placeres secretos, que nunca le diré por mucho tiempo que pase. An se queda bajo la luz del Sol, que hace relucir sus ojos, que se vuelven de oro líquido, el típico tesoro que un pirata codiciaría en los cuentos infantiles.
¿Se puede saber que miras?- Obviamente, está más que irritada, pero en realidad tiene las mejillas encendidas porque de siempre le ha inquietado que la miren fijamente.
Nunca falla.- Y sonrío ampliamente.
¿El qué?
Son cosas mías.- Me levanto del muro.- Vámonos a casa.
Pero ello no está satisfecha y me mira durante unos segundos con los brazos en jarra para terminar suspirando, deja caer sus brazos y me sigue sin decir nada.
Mañana iré a buscarte para ir a la escuela.- Aun se nota en su voz que está algo irritada.
Echaba de menos esta rutina.- Al decirlo guardo mis manos en los bolsillos de los pantalones.
Yo no lo veo así.- Las palabras de An me sorprenden y la miro, encontrando que mira al frente con una expresión que no había visto nunca, que la hacía ver como una mujer y no como una chica de quince años.- Solo te aferras a ella porque no llevas bien los cambios, en un mundo que no permanece nunca igual, es a la que te agarras para no sentirte a la deriva.
¿Desde cuándo eres filósofa?- Al preguntar, reímos a la vez y de nuevo, An vuelve a ser An.
Es verdad, a ti se te da mucho mejor.
Pronto llegamos a la esquina donde nos separamos, An se despide con una amplia sonrisa y yo sigo mi camino. Es cierto que las palabras que me ha dicho me hacen pensar, pero no tengo respuesta de por qué me han impresionado, ¿o quizás no son las palabras sino la circunstancia?
Es cierto lo que dice An, filosofar se me da mejor a mí.
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La fragilidad de las mentes
RomanceZale es el protagonista de esta historia. Se trata de un chico algo despistado que no entiende el amor del mundo que lo rodea. No comprende bien la psicología de las relaciones humanas y, en definitiva, considera que no es una persona óptima para te...