Capítulo 1: Antes de ser Sebastián Michaelis

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Mi larga existencia me ha condenado a vagar por esta tierra, atrapado entre este mundo y el otro sin un propósito fijo más que el de alimentarme. Aún recuerdo que, desde el inicio de la humanidad, yo ya existía, he olvidado cuando fue que aparecí o como me cree. Tan solo estoy aquí, entre ellos, caminando a su lado como si fuese uno más cuando solo soy un espectador aburrido, viéndolos hundirse en su estupidez, mientras se revuelcan en la inmundicia que ellos mismos propagan.

Matarse los unos a los otros en guerras sin sentido, peleas sin motivo… alimentándome con sus miedos mundanos y deseos profanos, porque eso es para lo único que me han servido hasta ahora, tan solo son “comida” y yo soy un lobo hambriento e insaciable, mientras que ellos son las ovejas que gustosamente cazo en una noche sin luna, donde la oscuridad se confunde con mi alma y mi mirada es lo único que logran observar antes de morir.

Mientras me alimento, muchos humanos me preguntan ¿por qué? o ¿quién eres? Es como si al saberlo ya no fueran a ser mi alimento o creyeran que me detendría. Estúpidos, ¿qué ganaran con saberlo? pienso cada que me miran suplicante, con los ojos vidriosos y el cuerpo tembloroso, a la expectativa de que les suelte y puedan huir como la basura que son. Tan patéticos, tan débiles y absurdos… tan humanos.

Me mofo de sus sentimientos y me burlo de sus esperanzas y sueños que simplemente han sido una ilusión. En ese momento solo escuchan mi risa socarrona contra su frágil cuello, mientras su vida se extingue entre mis manos y su respiración que momentos antes era agitada se opaca a cada segundo. No tiene caso saber a manos de quien morirás si al final acabaras muerto, sin alma, sin alguien que este a tu lado, y sin saber que lo único que te espera es una soledad infinita, como la que me ha acompañado por milenios en este camino sin retorno, el único.

Pero salgo de mis pensamientos al detectar algo que llamó mi atención por completo, algo que no había sentido en más de ocho siglos. Un delicioso bocado de media noche pensé al ver pasar una peculiar alma, tan única, tan apetecible, deliciosa y tan mía. Llena de una pureza corrompida y cautivante que presagiaba ser mortal y tan letal como el más peligroso veneno infernal. Era un pecado hecho alma, que olía a delirio e inocencia puritana que me sedujo a saborearla depravado y sutil, porque algo primitivo me decía que había sido hecha solo para mí.

Sonreí viéndola vagar solitaria en aquel frio bosque de invierno que esta tan cerca del pueblo; cubierto por la nieve, tan pura y tan blanca como esa alma que clamaba a gritos para que la devorara a lentos y exquisitos bocados, saboreándola en medio del éxtasis, dándome el gusto de corromperla con los exigentes placeres de la carme, envueltos en delirio culposo y lleno de morbo. Porque al mismo tiempo era tan oscura como la noche misma que me rodeaba al igual que un manto siniestro. Única en aspectos que ni siquiera yo podía comprender.

Entonces sentí su llamado en lo más profundo de mi ser, me gritaba para que me deleitara de su dulce inocencia y exquisito sabor lascivo que podría resultar siniestro y tentador en esta noche cruda. Finalmente esboce una enorme sonrisa ladina, al acecho de lo que sería un manjar que solo aparece cada milenio.

—¿Qué buscas, pequeño? Tal vez pueda ayudarte —musite con voz dulce, cantarina y aterciopelada, oculto entre las sombras de aquellos grandes árboles ahora blancos por la nieve.

Note extasiado como se paralizó, deteniéndose en seco mientras todos sus sentidos se ponían alerta, presagiando el peligro del que no podría escapar jamás. Le escuche claramente tragar saliva, al mismo tiempo que volteaba de forma lenta y tan pausada que no evite saborearlo, dejándome observar aquellos hermosos ojos de un azul imposible, casi adamantino, protegidos por unas gruesas y largas pestañas que abanicaban su rostro con decadencia, incitándome al pecado. Y su cabello castaño enmarcaba a la perfección aquel níveo rostro de porcelana, cuyas facciones aun infantiles me sedujeron.

Antes de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora