Desde mi aparición en este retorcido mundo, he vagado entre el infierno y el mundo de los humanos. Vivo desde hace siglos entre ellos, alimentado de pecados, convocado entre sueños y pesadillas llenas de anhelos banales que los humanos aclaman a gritos. Venganza, poder y muerte sublime envuelta de inmundicia que revela su alma rota, llena de podredumbre exquisita.
Estúpidos humanos, me digo una y otra, y otra vez… inútiles e incapaces de hacer algo por ellos mismos, más allá de lamentarse por ser la basura que contiene su alma retorcida, aquella que alimenta mis pesares.
Y es en este bosque con fantasías y sueños de muerte, un lugar que está cubierto por cientos de telas de arañas, que todos mis caprichos se recrean. Empiezo por la decoración en finos hilos blancos que componen un manto traslúcido, que burdamente denominan telaraña… tan delgada, tan frágil, pero tan fuerte como ninguna, capaz de envolver a su presa, inmovilizarla y ponerla a mi merced en dulce agonía. Y todo se vuelve un acto hechizante mientras grita, se retuerce y cae entre mis garras para morir… lento y sublime, despojandolos de la inmundicia que significa ser mortal.
No sé si yo fui uno, pero tenía un nombre como muchos otros, un nombre que he olvidado con el paso de los siglos, al igual que borre de mis recuerdos a la criatura que me creó, a quien sé, le prometí lealtad y acabe asesinando fríamente, mientras me regocijaba con su inmunda mirada suplicante, patética y extrañamente humana que me pedía a gritos detenerme, pero ¿por qué hacerlo…?
Era divertido verlo gritar, suplicar y retorcerse… después… después de ello devore su alma obteniendo mi libertad, vagando por esta fría tierra sin rumbo, ni propósito fijo, tan solo me dedicaba a comer, consciente de que no tenía caso hacer un contrato para cumplir aquellos deseos estúpidos y carentes de venganza y odio.
Pero como cualquier criatura, caí rendido ante una dulce alma llena de impureza cautivante, un alma extraña que no deseaba consumir, sino “disfrutar”, pero aquel ser tuvo la osadía de traicionarme, a mí, un demonio; él como lo hizo es fácil adivinar: me enamoró.
Muchos creen que al ser un demonio no tengo sentimientos, pero esa es la primera mentira que los humanos dicen sobre los que son como yo. Claro que tengo sentimientos, muchos de ellos retorcidos o llenos de podredumbre morbosa, pero ahí están. Y lo más cercano al amor mortal es la obsesión y lujuria desmedida, aquel sentimiento de posesión despiadado que solo él pudo provocar.
Cuando lo vi por primera vez, caminaba por un pueblecillo sin importancia, entonces me tope con un hermoso chiquillo de grandes ojos azules y cabello rubio, el cual me miro seductor, sorprendiéndome con su descaro. Pero no solo fue aquella sonrisa lujuriosa que me dedicó mientras se relamía sus labios tentadores, también estaba aquella blanca y tersa piel, que desee lamer y marcar.
Yo debía ser el que llevará a los humanos a conocer los pecados, más uno me incitaba a mi, él y solo él, me seducía y se me insinuaba pecaminoso. Hasta que cierto día mientras dormía a la orilla de un riachuelo, el chico se me acercó y me plantó un fugaz beso. Al abrir los ojos me miró pícaro, domandome así de forma visceral y retorcida. ¿Acaso no me teme?
—Eres un demonio ¿cierto? —preguntó sonriendo de forma amplia, como si estuviese hablándole a un humano cualquiera.
—Lo soy ¿acaso no temes que te mate? —pregunte incrédulo y fascinado por el trato tan amable de aquel sensual niño. En ese momento no distinguí si era amabilidad o simplemente estupidez, una tan grande que era capaz de encarar a un poderoso demonio.
—No veo porque hay que temerte, si quisieras matarme ya lo habrías hecho… además tu me gustas —dijo cínicamente, mientras me daba un beso en la mejilla.
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Antes de todo
FanficAquel pasado que marcó su existencia volvería, pero... ¿por cuánto tiempo? Two-Shot Capítulo 1: Sebastián x Ciel Capítulo 2: Claude x Alois