Parte 3

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 Fran y su padre poseen una gran conexión similar a la de unos viejos amigos . Ambos gustan de las mismas cosas y comparten hobbies. Se entienden con facilidad al punto de que cuando juegan juntos ni siquiera precisan palabras para adivinar sus intenciones.
Lucas es consciente de la cuestión pero aún así no siente celos de su hermano sino por el contrario, está contento de parecerse más a su mamá. Terrenal, inteligente, centrada, práctica, despierta, viva, bien ubicada.
Son altas horas de la madrugada y Romina maneja cansada en una ruta vacía cubierta de bruma y neblina. Ocasionales monstruosos camiones avanzan ruidosos y amenazantes.
A través del espejo retrovisor y al esforzar la vista, a Romina le parece reconocer una silueta familiar. 
El automóvil de Romina empieza a frenar y se detiene luego de unos cien metros. Un instante después sus zapatillas acarician el asfalto húmedo. Romina silba. Una, dos, tres veces. Acercándose despacio, un perro se acerca moviendo la cola y entra al auto gentilmente por su cuenta en el medio de la neblina de la ruta. Romina, como en un sueño, entra al auto, lo enciende y conduce junto a un perro sin nombre.

Muchos años atrás, cuando eran jóvenes, Romina se enamoró de Enrique rápidamente. Después de todo, a pesar de que era algo raro, silencioso, y meditativo, Enrique se manejaba, bien. Era respetuoso, y hasta parecía llevar a su alrededor un aire superior, junto con una mirada calma y serena. Y dentro de las expectativas sociales, al fin de cuentas trabajaba. No como su propio padre ni como su primer novio.
Ese mismo aire encantador y misterioso que interesó a Romina al principio, originó años después, una grieta en la relación de la pareja. Según ella Enrique posee una porción de sí mismo que no puede compartir. Es solitario, lejano, difícil de alcanzar. Y eso lo convierte en, una persona de la que no se sabe que piensa.
De a poco como sucede aún con las estrellas más fugaces, de manera casi imperceptible, la linda pareja se desgastó hasta volverse una pequeña chispa. Enrique volvió a ser esa persona interesante pero distante, de mirada profunda y Romina siguió siendo la misma también, radiante, inteligente y llena de vida.
De golpe Romina rompió el silencio para no quedarse dormida:
¿Qué habrá pasado?  El Perro ladró dos veces y siguió durmiendo, cómodo sobre el asiento delantero. 

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