Día 4

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Las suaves sábanas rozaban con cuidado su rostro, sacándolo de su ensoñación mientras el sonido de su alarma sonaba insistentemente desde su escritorio.

Se removió incómodo, dando un sinfín de vueltas sobre su cama hasta que ya no pudo soportar los pitidos provenientes de su celular y se levantó de un salto, apartando todas las cobijas y llegando con rapidez a la fuente de su malestar.

Cuando su cuarto se vio sumergido de nuevo en el silencio de la mañana, volvió a echarse sobre las mullidas almohadas. Sus ojos aun no podían abrirse en su totalidad y su cerebro parecía estarse reiniciando pues sus pensamientos seguían siendo confusos.

—Bakugou... —musitó entre balbuceos incoherentes—. ¡Bakugou!

Cayó de la cama en un gran estrépito. Ni siquiera le importó el daño cerebral que pudo haber recibido debido al golpe, lo único en lo que podía pensar era en el rubio cenizo y en lo que había pasado la noche anterior.

Miraba de un lado al otro, primero buscando a su amigo y luego reconociendo su propia habitación. Él no estaba ahí cuando se quedó dormido a altas horas de la madrugada, ni siquiera recuerda que se haya envuelto en sábanas sobre un cómodo colchón para poder descansar bien.  Es más, ¡su teléfono rara vez tenía la alarma activada a la hora correcta!

Todo era muy extraño. Su último recuerdo se remonta a su sesión de estudios en el cuarto de Bakugou, en el piso, con su celular muerto debido a la falta de batería. ¿Cómo es que él terminó de esa forma?

Escuchó unos fuertes golpes en la puerta seguidos de varios gritos, no necesitaba asomarse para saber a quién le pertenecían. Inevitablemente, una sonrisa entusiasta se vio reflejada en sus labios al mismo tiempo en que se ponía de pie e iba corriendo a atender los llamados de la persona que se encontraba afuera de su habitación.

—¡Buenos días, Bakugou! —saludó apenas abrió la puerta.

—¡¿Eh?! —Katsuki le vio de pies a cabeza, poniendo su típica mueca molesta—. ¿Por qué todavía no te vistes, cabellos de mierda?

Kirishima también observó su vestimenta, notando que seguía usando la ropa que llevaba puesta desde el día anterior. Rio con nerviosismo, rascando su nuca como muestra de la pisca de vergüenza que en ese momento estaba sintiendo.

—¡Apresúrate! Hoy es el maldito examen y no pienso llegar tarde por esperar a un cabeza hueca como tú —empujó dentro de su cuarto al pelirrojo y cerró la puerta de un golpe, dejando a Kirishima de vuelta en la soledad.

En ese momento su cerebro hizo las últimas conexiones y recordó la razón por la que se había quedado hasta tarde estudiando con Bakugou.

—¡El examen de álgebra! —Se llevó las manos a su cabello y tiró de él, desesperado.

Empezó a correr por todos lados, buscando las cosas que necesitaría para las clases de ese día; aunque, no hubo necesidad de hacer mucho alboroto, pudo conseguir casi todo con facilidad además de que su mochila se encontraba prácticamente lista al igual que su uniforme. Se sintió como si aún viviese con su madre y ella hubiera preparado sus cosas una noche antes.

Terminó de vestirse y peinarse lo más veloz que pudo, esperando no verse tan deplorable como se sentía su cerebro. Con cada acción que realizaba iba tratando de recordar cómo hacer una factorización, se sentía confiado después del repaso que hizo con Bakugou.

Esperen, ¿cómo se factorizaba un trinomio cuadrado perfecto?

—¡Bakugou! —chilló una vez abrió la puerta—. ¡Bakugou, necesito tú ayuda!

Corrió a través del pasillo solo para toparse al rubio recargado en la pared a un lado del elevador. Su mirada parecía tranquila mientras escuchaba música con sus audífonos, pero la molesta voz de Kirishima suplicando por ayuda terminó por convertirla en su cara harta de la vida.

Kiribaku Week 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora