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Para el ladrón habitual, había solamente una recomendación en cuanto a volver realidad cualquier plan:

–Trabajo sola –dijo Shae–, muchas manos dejan rastro.

–Nosotros también –comentó Maliesin–, pero necesitamos el dinero y no todos pueden vaciar bolsillos sin remordimiento.

Taliesin murmuró un "no lo necesitamos" que su hermano calló con un codazo en las costillas. El chico se removió para sobarse al área afectada y ella pudo divisar más manchas en las ropas blancas, éstas seguían el patrón particular de salpicaduras de sangre. Para conseguir un diseño como tal, debía ser uno el que se las causara a otro pues parecían venir desde afuera.

Le quedó claro cuál de los dos gemelos atraía problemas.

–Luego de las primeras dos veces se te pasa –mintió ella. No recordaba haber sentido pesar alguno por lo que llamaba trabajo.

Evan los interrumpió: –Por éste no te preocupes, querida, es fuera de la ciudad y los únicos testigos son la calaña que se ha atrevido a arrebatar pertenencias invaluables a mi familia. Y antes de que me pregunten por qué no he avisado a la guardia de tales ladrones, los mismos son parte de la familia más adinerada de Cornucopia y tendrán a cualquier trabajador en regla comprado. Hay veinte monedas de oro para cada uno si me asisten en la recuperación.

Shae frunció el entrecejo, pero las preguntas no las hizo ella. La conversación se camuflaba de oídos indeseados entre el bullicio de la taberna y estaba segura de que cosas peores se estaban discutiendo en mesas aledañas.

–He dado suficientes discursos, motivacionales o no, como para reconocer uno que–dijo Jorge–, aunque bueno sin ser tan bueno como los míos, fue dicho varias veces.

Detrás de su ridícula forma de hablar y de cómo inflaba el pecho antes de abrir la boca, el dracónico Mundus era más de lo que aparentaba. Lo que Shae dudaba era de si sus manierismos eran o no intencionales.

–No son los primeros a los que intento contratar –dijo Evan, se encogió de hombros y apoyó todo su peso en el espaldar de su silla. La madera de ésta chirrió–. La mayoría de los guerreros decentes disponibles son suficientemente sensatos como para evitarse problemas y los muy desesperados están desesperados porque no son decentes. Ustedes son mi término medio y estoy dispuesto a aumentar la oferta a treinta piezas de oro.

–Lo cual hace que tú parezcas el desesperado –espetó Shae con sorna.

Pasaría toda la noche despierta si se propusiera a enlistar las razones por las cuales había tantas cosas simplemente mal no con la oferta, sino con todo lo que la rodeaba: la reunión, la comunicación demasiado fluida, el hedor del suelo, Evan Troteveloz... Shae había pasado toda su vida dentro de los muros de Cornucopia, exceptuando un par de excursiones que no iban al caso, y el apellido le era irreconocible.

En su escondite tenía una repisa con un objeto valioso por todas y cada una de las familias élficas importantes de la ciudad, los recolectó a lo largo de los meses luego de vigilancias extensas y mentiras bien actuadas. Cada uno de sus premios tenía el nombre tallado en el trozo de madera que los sostenía y ninguno coincidía con el que Evan les había dado. Excusaría su desconocimiento si el elfo viniera de una familia extranjera, pero su entonación era propia de la región y había demostrado conocer más que lo suficiente sobre "la movida" social y económica de la ciudad con su lenguaje tanto verbal como corporal.

Mentía, lo cual intrigaba lo suficiente a Shae como para querer ver a dónde la llevaría todo eso.

–Treinta monedas de oro –suspiró Evan dejando caer sus hombros–, ¿lo toman o lo dejan?

Huesos, oro y sangreWhere stories live. Discover now