Prólogo

235 13 0
                                    

Cuenta la leyenda que al inicio, el día y la noche no existían. Por momentos, la oscuridad total reinaba el mundo y al siguiente segundo la luz podía cegar a todos. Estos cambios constantes y aleatorios causaron caos en el mundo. Los pájaros no cantaban, las tortugas no llegaban al mar y los humanos no conseguían hacer sus deberes. Estos imploraban a los dioses estabilidad, para que esa pesadilla terminara; pero la avaricia de los dioses impedía que hubiera paz. Su división hacía que una guerra por el control total llevara a la espontaneidad y desorden que había en la tierra, y por más súplicas que les llegaran, no estaban dispuestos a renunciar a la batalla.

Apolo, dios de la luz, buscaba un mundo de luz y bien. La moral estaba sobre todo, excepto sus reglas. Castigos infernales por mentir, por incumplir alguna de sus estrictas y caprichosas reglas, sin espacio para excusas que puedan justificar la inmoralidad. Dicen algunos que una vez durante uno de sus breves mandatos un niño robó una fruta y no pasó desapercibido al dios, que inmediatamente ordenó su castigo. El niño rogó y rogó, diciendo que sus hermanos morían de hambre y nadie quería darle trabajo. Muchas personas llegaron al enterarse de la noticia, rogando que dejaran al niño en paz. Incluso el señor al que le había robado rogaba que dejaran al niño, insistiendo que no le importaba; pero no frenó al dios de imponer su castigo.

Por otro lado estaba Hades, rey del inframundo. La guerra no le había llamado la atención hasta que el vanidoso dios de la luz había dicho que solo iluminará la tierra, dejando en tinieblas el frío infierno. El dios del inframundo se había cansado de tratar de ser el bueno, y se convirtió en el villano que todos se empeñaban en encontrar en él. Perdonaba a los villanos y castigaba a los buenos, solo por el simple placer de molestar a Apolo. Sus castigos eran la muerte, donde después seguirán siendo sus súbditos hasta el fin de la eternidad. Se metió tanto en la piel del villano que pronto creyó que esa era su verdadera esencia.

La guerra continuaba, sin estar cerca de encontrar un final. Hasta que pronto, ambos se enamoraron. Una bella niña había nacido, de hermosos cabellos castaños oscuros y mirada grisácea que te dejaba pralisado. Nació entre el cambio de mandato, cautivando a ambos dioses con su perfecto equilibrio. Pronto la batalla empeoró, siendo los cambios cada vez más violentos, pero ambos querían ver a la chica crecer.

Pasaron los años y la niña se convirtió en una señorita de gran corazón, amable y cariñosa, pero que no era todo lo que Apolo buscaba en los seres humanos. Manipulaba a la gente que Hades sabía que era mala, les mentía y los engañaba, pero siempre con motivos que se pueden considerar nobles. Por eso Apolo no la castigaba y Hades solo recordaba lo que era antes.

Un día la victoria estaba asegurada para Hades, por lo menos por unas cuantas horas así que decidió bajar, escondido en un cuerpo mortal para hablar con la chica. Al inicio esta se mostraba reacia a hablar con Hades, pero con paciencia, el dios logró que la chica hablara con él y se pudieran conocer. Con ella ese lado bondadoso que creía perdido salía a relucir y duraba todo el tiempo que estaba con ella. Así, cada vez que ganaba la batalla, Hades bajaba a pasar el tiempo con su amada. Él la guiaba por la oscuridad, llevándola felizmente entre las sombras que los acogían con cariño. Y cada día, la chica se enamoraba más y más de ese chico del que no sabía ni su nombre. El afecto se volvió mutuo y pronto todo el pueblo supo que la chica estaba enamorada.

Esto llegó a oídos de Apolo, que pronto se enteró de la victoria de su enemigo. Tanta fue su ira que ingenió un plan para ganarse el amor de la chica. No iba a enrollarse en placeres mundanos, con el esmero que Hades había puesto en conquistarla; si no que iba a hacer lo que mejor se le daba: decir la verdad. Durante el reinado de Hades, le dio el poder a un hombre de defender lo correcto. Fue contra Hades cuando iba a castigar a un condenado, pero no tuvo tiempo siquiera de salvar su propia vida.

Lobo GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora