Como si de una ilusión se tratase, todo comenzó a caer. Así como unas lágrimas incontrolables al ver el cuerpo de su amado en el suelo.
Había llegado tarde...
El café de su vestido pronto fue reemplazado con el rojo de la sangre en el suelo. Sin más que hacer, abrazo al hombre, pegando lo a su pecho, rogando por qué todo fuera una pesadilla. No quería creer que esta vez no regresaría.
—Te lo advertí... —Susurró otra mujer, provocando que la joven se apegara más a su fallecido esposo.
—Lárgate... No quiero escucharte... —Cerró sus ojos, acariciando las hebras azabaches de aquel a quien amó.
—Si lo hubieras echo, el seguiría con vida. —A como diera lugar, haría que la reina de los abismos la escuchará, sería la última oportunidad que tendrían.
No importaba cuánto se resistiera a la oscuridad, como la primera vez que estuvo en esos campos de rosas que ahora se desmoronaban, siendo arrastrados por el Tártaro.
Terminaría por ceder, y de la misma forma en la que ellos hicieron; se encargaría de cortar las alas de Sagitario de la peor forma, pagarían por sus crímenes por haber intervenido en un conflicto que ni siquiera les correspondía.
—Más te vale que todo esto valga la pena... —Una frase susurrada bastó para destruir toda la moral que aún conservaba.
Y con ello también sellar un destino que no traería más que caos y destrucción.
. . . . . . . . . .
Las constelaciones resplandecen sin cesar, con las plegarias de la diosa.
Los caídos en batalla regresan.
El mal no descansa.
Y los nuevos herederos dorados nacen para cumplir su labor en la tierra:
Protegerla de los caprichos divinos.
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