Me lastimaba el cuerpo las gotas que caían como navajas de doble filo que intentaban atravesar mi ropa y mi rostro que eran víctimas de su sed de dolor ajeno. La próxima vez no olvido el casco. Desgracia la mía el pago tan tarde, desgracia la mía que ya no me hable, desgracia la mía sentir la lluvia en mi alma y pena de su parte, desgracia la mía si ya no continuar.
Por la profunda vagues de mis pensamientos, no iba pendiente del camino y a que casi iba perdiendo el control de todo como siempre y tropecé, como era de esperarse. Nunca supe con qué. El dolor de mis piernas, al salir disparado de mi bicicleta, fue como si me arrancaban la vida, como si me estuviesen diciendo que no soy digno de esta, que los desgarradores punzantes en mi cadera fuesen merecidos. Mi cabeza impactó contra un borde, lo más probable puede que haya sido del paso peatonal, del donde nadie me levantó y nadie me recordó.