Capítulo 25 ♡

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«―Ella es la única, la inigualable, la incomparable. Ella es… perfecta»

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Josh Kozlow

El paño mojado, frio, fastidioso, se puso en mi frente. Estando yo caliente hizo que mi cuerpo se erizara, gemí en protesta tratando de quitar ese pedazo de tela que irrumpió mi fantástico sueño perfecto.

―Vamos dormilón, la cama llama más fiebre ―animó esa voz cargada de ternura―. Vamos machote alpha, tienes una empresa que conducir y una mujer que conquistar…

Desperté cuando nombró esa última parte. Me costó acostumbrarme a la luz del bombillo, me sacudí sintiendo un sudor frio que cubría mi piel como una transparente capa delicada de brillo. Trago en un intento de pasar saliva y aminorar la sequedad de mi garganta. Sostuve mi cuello con tanto dolor que solo pude jadear.

Mi primera impresión al abrir completamente los ojos fue verme vestido con mi mono de pijama. Estaba seguro que antes de quedarme dormido me había quedado en bóxer solo para fastidiar a Micaela. Pensé en Eliza poniéndome el mono mientras yo estaba dormido y me desconcertó al instante. Digamos que soy un poco pesado para una mujer como ella.

―Me imagino que estas bien, sudaste la fiebre ―sonríe―. Vi en la cocina una taza con sopa, al parecer Micaela la guardó. La estoy calentando, levántate y ponte las pilas.

Me la quedé viendo divertido y ceñudo. Ya no me sentía tan mal, solo me dolía el cuello y necesitaba urgentemente agua para aliviar ese dolor. También, después de que Eliza se fuera a la cocina, mi piel se volvió a erizar. Fue como si en ese instante hubiera despertado de un profundo sueño.

Y yo no dormí mucho, mi cerebro se esmeró en ponerme imágenes muy hermosas evitando completamente la negrura de una siesta.

―Toma ―Eliza me pasa un vaso―. Nunca te habías enfermado asi, Josh. Pero al menos solo fue una de veinticuatro horas. ¿Te duele algo? No creo, aun asi ¿te sigues sintiendo mal?

Ella siempre será como mi madre. Pase lo que pase siempre va a estar para mí. Es algo por lo que me voy a sentir agradecido eternamente, Eliza evitó que me sintiera desolado al no tener la atención necesaria de una madre. Fue la que promovió ese sentimiento materno en los últimos diez años de mi vida.

―Estoy un poco mareado, pero nada de qué preocuparse ―musito quitando el edredón de mi cuerpo―. ¿Tu? ¿Cómo pudiste ponerme el mono?

Es que necesitaba saberlo.

Se rascó la mejilla. Luego, se hinchó orgullosa, levantó la barbilla, elevó los hombros, sacó pecho como toda una bravucona, y, movió las cejas con picardía. La carcajada fue inevitable, pero el dolor también, asi que tomé rápidamente agua sintiendo el alivio en mi clavícula.

―Tanto años de prácticas trae frutos ―dice, segura de sí misma―. Pero deja de correr. Me costó más esta vez levantar una pierna, pesa como una tonelada.

Ruedo los ojos.

―Si dejo de correr, quedaré gordo ―comento, después tuve la impresión de estarme ocultando algo―. Di la verdad, ¿quién te ayudó?

Hunde su cejo y niega. Yo sé que me está ocultando algo, y no me quiere decir. Siento tantas ganas de hacerle cosquillas hasta que suelte todo lo que tiene guardado. Es increíble, por eso quiero saber quién la ayudó a ponerme mi pijama. También sabía que en cualquier momento iba a soltar y me iba a contar todo. Preferí dejar el tema a un lado.

Nadie Como Tú © [COMPLETA✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora