Ahí estábamos los dos caminando en la orilla de la playa.
Muy de pronto fuimos a la Cafetería, era tipo clásica, mucha madera oscura, en todos sus metros cuadrados abundaba el olor a cacao y a café fresco. Nos sentamos en lo último de los asientos que daban hacía una montaña pintada en sus picos por nieve; me compró un brownie delicioso.
– Necesito hablar con mamá ¿Me acompañas nena?
Lo miré aferradamente...
– Claro que lo hare niño. – Respondí con la mirada fija en él, con el sobrenombre de costumbre demostrando mi afecto hacia él.
Caminamos por un tramo demasiado largo, era en el medio de un pasaje de tierra con bordes llenos de pasto; era muy hermosa la vista. No me importaba tal distancia, lo maravilloso es que estaba con él caminando feliz. No sé por qué, pero subimos a un edificio azul con vidrios verdes claros. Llegamos hasta el tercer piso. Me asomé por una ventana.
–Que linda vist...
Ya todo era raro, se tornaba nublado y borroso a mi alrededor; no sabía que pasaba –¿Ya no podremos ir a donde mi suegra? –Me pregunté preocupada.
A lo lejos escucho una puerta cerrar fuertemente. Instintivamente abrí los ojos para así percatarme de que todo era un sueño.
– ¡Claro! Que loco, estaba en la playa y luego pase a estar en segundos en la Cafetería, además ni le hablo a la mamá – Pensé un poco perdida.
Me volteo hacia la pared, ya que miraba la puerta recién cerrada.
– ¡Oh no! Otra vez soñé con él. – Un suspiro inconsciente salió de mí... Ya era el tercer día que lo hacía.
Arrugo la cara, me abrazo la barriga, enrrollada en las sabanas me pongo en posición fetal y en cuestión de microsegundos empieza a llover en mi hipotálamo todas esas imágenes junto a él, desde cuando me dio el primer beso, hasta cuando guardaba sus mensajes románticos, o mejor dicho, "testamentos" en mi celular para así leerlos cientos de veces al día para volver a sentir ese sentimiento de seguridad, de que el chico que yo amo, también siente lo mismo por mí.
– ¡Ahí viene de nuevo! – Susurro haciéndome presión en la barriga.
Era imposible evitar, aunque sea de calmar ese irritante, doloroso, incómodo y pequeño, pero agudo nudo en la garganta que a la vez, bajaba hacia el estómago sintiéndose como ese vacío, esa sensación de diferentes temperaturas dentro de ti; específicamente entre el pecho y la garganta. Para que luego de esa eterna sensación, haga salir una lagrimita que luego rodaría hasta mi nariz. Era sumamente insoportable en lo emocional cuando se me venía a la mente cualquier recuerdo de él, aparte de insoportable, inevitable claro. Pero últimamente así era mi rutina.
Me seco la lagrima y me siento en mi cama a meditar sobre mis que haceres del día, no sentía ganas ni impulso que me incentivara a cualquier cosa. Lelamente miro el zapato.
– ¡Mi teléfono! – Apurada estiro mis manos debajo de la almohada a revisarlo.
– Mensaje sin leer. – Leí modulando la boca, se me vino a la mente cuando todas las mañanas tenía un mensaje de buenos días, y por supuesto que de él.
"Buenos días linda chica, a despertar que hoy será un grandioso día, así que estira esas alas de ángel y levántate"
– ¡Marcos! Siempre tan lindo. – Levanté la ceja mostrando mucha incredulidad hacia lo que acabé de decir.
No le solía salir con patadas ni groserías ni a él, ni a nadie, me molestaba obvio, pero por lo menos alguien me escribía, por lo menos tenía con quien gastar los mensajes, además no quería que dejara de escribirme para no sentirme más sola de lo que estaba.
Mi vida era muy normal; estudiar, reír, bromear, salir, hablar con amigos y todas esas cosas que hace una chica de 19 años. Excepto que tenía ese pequeño dolor en mi ser. Y sin embargo y con todo ese dolor que suena tan común, pero de gran impacto en mi persona, yo era muy reservada y minuciosa al expresarlo al exterior que me rodeaba. De todas maneras, era a mí que me afectaba y por lo tanto era mi problema, además que tampoco quería que se enterara nadie, y menos que sufría por un hombre, ósea por Dios, es incómodo eso y en lo que a mi concierne avergonzante.
– Ellen despierta que tienes que ir a la Universidad. – La madre grita desde la cocina.
Secando esa mojada lagrimita, me paro y voy al cuarto de mi madre, ahí no estaba... Tampoco en la sala
– Bueno niña, pareces un alma en pena.
A decir verdad, mi interior si estaba penando, sentía que caminaba porque si no lo hacía, ¿Cómo haría para ir al baño? Además que estaba en mis días; lo cierto era que si me sentía penando en mi corazón.
– Disculpa, solo que pensé estabas en el cuarto ¡Buenos días mami! – Yo tan descarada, me hacía ver tan relajada.
Hay algo de lo cual tengo que admitir, sabía muy bien ocultar mis sentimientos; sobre todo los precisos que quería esconder. No ha sido en vano 5 años estudiando expresión corporal.
– Desayuna antes de que vayas a estudiar, tienes semanas sin hacerlo y no permitiré que me llamen para llevarte al médico por desmayo... Además, soy una mujer muy ocupada. – Mi mama me respondío a nivel sarcasmo.
La mire fija e incómodamente, volteándole los ojos hacia los huevos llenos de aceite.
– ¿Maaamá? ¡Las espinillas! – Me sentía mal, pero no permitiría que en mi cara existiera acumulación de células muertas
– Vamos come mi tesoro, me voy, nos vemos por la noche, cuídate, te amo, te adoro, no hables con extraños, no te caigas... Y por último ¡Te comes todo! – Responde mi mama. Aparte de todas las cursilerías de ella cuando se despedía de mí.
Tan solo pasaron tan esperados 5 minutos después que se fue, cuando corro a mi cuarto.
– ¡Tu! – Digo con esa sonrisa en la cara después de buscar por debajo de la cama.
Admito también que no es la mejor cosa que exista en el mundo, pero cada persona tiene su caída diferente. Si, digamos que tomaba mucho alcohol, era casi alcohólica diría yo. Tenía esa botella en el armario que había comprado el día anterior en la licorería que estaba al frente de mi Universidad... Irónico. Tomé cuantos tragos me diera la gana, ya estaba acostumbrada al sabor y al ardor que te dejaba en la garganta, así que no me hacía la gran cosa, al principio claro.
Me senté en el mueble de la sala a ver la tele.
– ¡Pura mierda! – Encendí un cigarrillo y puse a Adele en el equipo a todo volumen. Me relajaba demasiado.
Me sentaba a mirar fijamente las moscas que follaban en la pared. Pensaba y pensaba, meditaba y meditaba. Era algo de locura se puede decir, no hacía nada más que pensar en él. Su cara, sus labios, las expresiones que hacía con sus labios, sus hermosos ojos marrones, el cómo me miraba, sus manos, cuando me tocaba, sus manos eran perfectas, sus orejas... Que bueno, en realidad en los últimos tiempos con él, no me escuchaba.
Es sobre entendible que se me vino un mar de llanto al recordar.
– ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! – Grité mentalmente, no había otra cosa en la existencia que jodiera más, que saber y comprender que sufría y lloraba por un hombre, ósea.
– ¡Es estúpido! – Yo misma me odiaba por eso.
Luego de vestirme, arreglarme y todas esas cosas que acostumbramos las mujeres, boté el desayuno. Que hambre podría estar teniendo yo. Me fui a la uni lista y bonita. Con todo y lo que sentía no podía dejar que mi belleza física se quebrantara... Aparte que necesitaba algunos piropos para el autoestima. Cabe decir que, salí de la casa un poco afectada por el alcohol, no tanto, pero si, el efecto estaba presente.
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