Era un día fresco y cálido, con sentimiento de "sábado de primavera". A decir verdad, desde que había terminado mis estudios, todos mis días parecían una sucesión de días sábados que, por carecer de la obligación de ir a la escuela, se habían vuelto por demás insípidos. Sin embargo, una ligera euforia me invadió a partir del instante en que abrí los ojos al despertar. Definitivamente, esa sería una jornada particularmente atareada -al menos para lo que era mi rutina habitual-.
Mi familia saldría durante un fin de semana largo a ver a unos familiares, por lo cual dispondría de, al menos, cuatro días para distenderme en las cuestiones vinculadas a Noemamu. No sabía cuándo podría volver a tener una chance de movilizarme tan impunemente en estas actividades, así que no desperdiciaría nada de tiempo.
Una de mis labores pendientes antes de nuestro reencuentro era la de lavar mi traje de conejita. Sin embargo, era algo que debía hacer fuera de casa. Me daba pánico la idea de que, tras lavarlo, alguien viera secándose esa parte de mi intimidad. O peor aun, tener el traje listo para secarlo, pero tener que ocultarlo antes de tiempo, arriesgándolo a que se arruine por obra de la humedad. Teniendo esto en mente, que junté mi traje privado con otras prendas y busqué una lavandería donde dejarlo todo.
No fue fácil. Quería que fuera un local no tan cerca de casa y donde no haya estado antes, como para no cruzarme con nadie conocido. Claro, si consideraba que tampoco es que hubiese muchas personas enteradas de mi existencia.
Tras tomarme un bus y caminar un poco, encontré una lavandería. No fui muy sociable realmente, pero aunque me avergonzó un poco, le dije a la encargada del lugar que tuviera particular cuidado con mi traje de conejita. Ella, muy amable, tomó en cuenta esta petición como si hubiese hablado de cualquier cosa. Ojalá que realmente para ella, mi prenda especial, fuese verdaderamente "cualquier cosa". Supongo que los empleados de lugares así han de ser discretos, ya que nunca me enteré de ningún rumor raro al respecto, aunque, pensándolo mejor, tampoco es que tuviera mucho margen para enterarme de nada, considerando las escasas personas con las que tuve algún trato.
Después de eso me fui a una plaza cercana a esperar que toda la ropa estuviese limpia y seca. Me comí un helado, y miré la gente al pasar. Las plazas nunca fueron un lugar muy feliz para mí. Ver tanta gente pasando el tiempo me deprime, me recuerdan cuán sola me encuentro, a la vez que reafirman mi incapacidad de quebrantar mi aislamiento.
Y así pasé las siguientes horas. Aplastando mi inmenso y fofo trasero sentada en un banco. Así nadie tendría chance de vérmelo y reírse de mi chistosa forma. Aun así, después de pasar casi una hora de ese modo, un hormigueo incómodo se imponía en mis piernas, así que no tuve otra alternativa más que levantarme con cierto pesar y ponerme a caminar un poco. Pero Cuando me senté por segunda vez, ya tenía una pequeña diferencia.
Ahí estaba, comiéndome un cuarto de helado, cuando entonces me aquejó otra molestia. Aunque cereza y dulce de leche fuesen mis gustos favoritos, no podía disfrutar por completo de este caprichoso mimo que me había permitido. Esta era la primera vez que me tomaba un helado que tuviera todos los gustos que a mi me gustaban, pero le faltaba algo. Claro, la presencia de mi hermano Johan.
En verdad, comer helado no era tan rico si no tenía con quién compartirlo. Fue por eso que, en un pensamiento fugaz, me pregunté si Noemamu no comería helado. De hecho, ¿Noemamu comería algo? ¿En algún momento tendrá hambre o sed? Alguna vez le vi mordiendo algo parecido a una rama. ¿Eso significaría que también iba al baño?, ¿Los demonios también hacían caca? (¿Esto mismo no pasa en el capítulo anterior?)
Mientras pensaba en esa y otras vulgaridades, no pude evitar asumir algo de culpa, ya que si eso era cierto, había sido un poco desconsiderada con ese chico-demonio. Así que ya me decidí: la próxima vez que lo viera, le invitaría a comer algo.
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Las demoníacas y vulgares aventuras de Neimi, la recadera infernal (creo)
Teen FictionLa protagonista de esta historia es Meliana Elizabeth Mastropiero, -"Neimi" para familiares y amigos- una chica de 18 o 19 años llena de complejos e inseguridad pero que, irónicamente, sólo se revaloriza y gusta a si misma cuando se viste como conej...