[Capítulo 5] Mi primera trabajo! A entregar esta carta, creo (parte II)

2 0 0
                                    

No se por cuánto estuve con la mirada fija en la puerta de ese departamento. Me quedé tildada, como si intentara en vano tratar de procesar lo mucho que me estaba pasando, de lo poco que estaba viviendo. Y me sentía incapaz de dar el siguiente paso. Simplemente, "entregar un sobre a su destinatario".

Por un momento consideré la posibilidad de deslizar el sobre por debajo de la puerta, pero eso no garantizaba que la persona indicada en el remitente lo recibiera. O peor, como me advirtiera Noemamu de un modo cortante, si el sobre era abierto por cualquier otra persona aparte del destinatario, esta moriría.

¿Qué debía hacer? Sabía bien cuál era la respuesta, pero era algo que en vano intentaba evadir con todo el análisis de la situación. Pero no quería, por nada del mundo, estar expuesta a la mirada del otro. De por sí me cuesta tratar con las personas, pero esta vez la vergüenza se multiplica debido al modo en que me hallo vestida como toda una conejita. Así es, por nada del mundo quería ser vista vestida así ¿O sí quería?

Sin embargo, dar marcha atrás no es una opción. Respiro hondo, y pongo la mejor voluntad de mí misma por intentar dejarme llevar por la situación para, simplemente, cumplir con el sencillo trámite que me encomendaron. (Esa oración creo que es muy larga y resulta pesada de leer. Yo lo escribiría así: Respiro hondo. Pongo la mejor voluntad de mí misma por intentar dejarme llevar por la situación. Simplemente, quiero cumplir con el sencillo trámite que me encomendaron.)

Del otro lado de la puerta se escuchaba un televisor transmitiendo la típica programación de madrugada, sea cual fuese ese tipo de programación. Eso podía significar que la persona a quien entregaría el sobre, estaría despierta. O no. En realidad daba lo mismo. Este era sólo mi trabajo, e incluso, si llegara a fastidiar a alguien en su sueño, mi deber era sólo cumplir con mi objetivo. Definitivamente.

Mi mente continuaba enroscándose más y más en observaciones y suposiciones vanas, así que, en un gesto de involuntaria voluntad que agradecí de parte de mi fofo brazo, di un manotazo al timbre. Su sonido no hizo menos que hacerme saltar el corazón del miedo. Un sentimiento de culpa se me adelantó, exagerando por mucho el ruido y la potencial irritación que sería capaz de producir al inquilino el estruendo. La puerta se abre un poco hasta ser abruptamente trabada por una cadena. Una inquisidora mirada me observa. Pertenece a un hombre moreno con una barba de varios días.

Por un momento sentí que, aunque la puerta estuviese trabada con cadenas para prevenir que alguien entrara, quien en verdad debería de sentirse protegida era yo. Sus ojos inyectados en sangre me contemplan, no con aires libidinosos, sino extrañados, precavidos. Como si intentara comprender un enigma detrás de mi presencia y apariencia. De este modo pende su mirada, de arriba a abajo, hasta que por un instante se detiene en mis piernas, gordas y sin gracia. Quizás le termine causando gracia el modo en que mi figura parece embutida dentro de este traje. Fue entonces cuando su vista se posicionó directo en mi rostro y sonrió.

Mientras sus labios mostraban una mueca amable, su intimidante mirada cedió para dar lugar ya no a un rostro amenazador y agresivo, sino agotado. No se por qué, pero en lo extraño de esta situación no pude evitar sonreír. Instantáneamente me di cuenta de esto y traté de esquivar su mirada. En verdad se trataba de una situación por demás incómoda. Un instante después, la puerta se cerró de un portazo. Cuestionamientos empezaron a brotar de mi corazón. ¿Qué fue lo que hice mal? ¿Por qué reaccionó así? Sin embargo, segundos después escuché cómo el tipo corría el seguro de la cadena en la puerta y, acto seguido, la abrió.

El hombre me ignora mientras se asoma para ver hacia los lados y a la escalera del pasillo. Entonces, con un tono áspero, me ordena:

—Vamos. Entra.

Las demoníacas y vulgares aventuras de Neimi, la recadera infernal (creo)Where stories live. Discover now