En mi piel

DOS

Trago saliva y aprieto con fuerzas las asas de mi mochila. ¿Cómo han pasado las horas tan rápido? No lo entiendo.

Me he levantado a las seis de la mañana, aunque las clases empezaban a las diez. Menos mal que he madrugado, porque me he llevado dos horas para elegir qué ponerme. Necesito ser invisible o, al menos, lo más corriente posible para que nadie se percate de mi presencia. A las nueve de la mañana, llegué a la conclusión de que el gris era el color que necesitaba. Un color neutro, sin vida. Así que me puse una camiseta gris y unos vaqueros. Un chico corriente, ¿no? Pues a las nueve y media comencé a pensar: estamos en Septiembre, joder. Hace calor y, por lo tanto, voy a sudar. Y más si estoy nervioso. El gris con el sudor se vuelve oscuro. ¿De verdad dos halos oscuros bajo mis axilas van a ser discreto? No. Entonces, buscando en internet, encontré que el blanco era el color que más disimula los rastros de sudor y me he puesto la camiseta blanca en vez de gris. Qué difícil es intentar ocultarse.

Empiezo a subir las escaleras que hay en la entrada y me introduzco en el recinto con mucha lentitud. Por mi lado, pasan muchísimas personas con mucha rapidez. Claro, todos tienen aquí a sus amigos y están deseando verlos.

En mi antiguo instituto, la presentación se hacía en el salón de actos con todos los cursos para que nadie sufriese el primer día. Aquí no. La presentación es en cada clase. Menos gente, más probabilidades de ser visto. ¡Gracias, Destino!

Mi clase es la 3 y está en la planta baja. Solo tengo que caminar recto e ir mirando los números de las aulas. A mi derecha, el aula 5. A mi izquierda, consejería. Diez pasos más. A mi izquierda, aula 4. A mi derecha, secretaría. Cojo una bocanada de aire. Diez pasos. A mi izquierda, aula 3.

Vamos Eder, tú puedes. Échale huevos.

Estiro mi cuello varias veces y entro en el aula que me corresponde. Está llena. Por lo menos debe de haber diecinueve personas. No me da tiempo a contarlas porque solo veo el suelo blanquecino. ¿Cómo me he caído? No me he dado cuenta.

Mi labio inferior queda atrapado por mis dientes, sin saber qué hacer. Si me levanto, probablemente se estén riendo de mí y si no me levanto, llegarán más personas y se sumarán al cachondeo. Muy buena forma de empezar siendo invisible.

Frunzo el ceño al notar cómo un brazo me ayuda a levantarme. Esto es nuevo para mí. ¿Ayuda? Esto huele muy mal.

Cuando estoy de pie, paso mis manos por las rodillas y miro a la persona que me ha socorrido. Es un chico. Alto. Bueno, para mí todas las personas son altas. Pero él lo es.

—¿Estás bien?

—Sí. Gracias.

¿Debería presentarme? Nah. ¿Cómo va a querer ser amigo del patoso? UN MOMENTO. QUE SE PARE EL MUNDO. ¡CLARO! PATO-SO. POR ESO ME PUSIERON EDER. Ay, he resuelto el enigma.

Me sonríe y asiente varias veces, antes de seguir hacia un pupitre.

Me encojo de hombros y paso mi vista a los presentes. No le han dado mucha importancia a mi caída, aunque hay varios que me miran con una sonrisa maliciosa. Las hienas. Bajo mi cabeza, camino hacia la última fila y me siento en uno de los pupitres.

¿Por qué están distribuidos en parejas? Ahora, alguien se sentará a mi lado y comenzará a tejer su telaraña para luego comerme.

Mi móvil vibra, tengo cinco mensajes. Un logro para mí. En mi frente, un cerco de arrugas aparece al leer cómo se llama el grupo que han creado: Apoyo para Pato.

Sí, bueno. Mis amigos de confianza me llaman Pato porque les gusta recordarme la suerte que tengo con mi nombre.

Comienzo a leer los mensajes, vigilando antes por si llegaba el profesor: «Víctor: Ánimo Ed, haz muchos amigos.», «David: Pato, q suerte has tenido!!!! Nos ha tocado Susana. MUERTE ASEGURADA.», «Óscar: Si hay chicas guapas nos las presentas luego!!!», «Jordan: ¡¡¡Vamos Pato!!! Cómete a los capullos esos! Suerte».