Había podido disfrutar de su amada mientras estaban en California, pero no todo había de colores claros. El último día había llorado los siete mares, y hasta unos cuantos más, en el hombro de su querida Chaeyoung.
—Llora todo lo que necesites, yo estaré aquí para tí, yo te escucharé. No me voy a ir. No si ti —las palabras son el arma más fuerte, pero también curan, como esas que le había dicho Rosé—.
—Gracias.
—Con gusto, amor.
—¿Qué dirá mi padre? —ella se movió quedando frente a la menor, atrapó su cara entre sus suaves manos, y de dió un cálido beso tierno.
—No importa lo que él diga, mientras estés con nosotras nada malo podrá pasarte. —Una razón más para enamorarte de Roseanne.