Capítulo 2

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—Cuídate, Brie. Llámame cuando llegues ¿sí? —Los brazos delgados de mi madre me sostienen con fuerza y cariño. Sonrío levemente.

—Sí, mami. Lo haré. No te preocupes.

—Lo digo en serio. Luego se te olvida llamarme o enviarme un mensaje y comienzo a preocuparme— reprende con la mirada firme, así que no me queda más que asentir.

Lo acepto, a veces soy olvidadiza y eso ha generado preocupaciones a mi madre.

—Bien, esta vez no será así —ajusto la correa de mi mochila y sosteniendo la pequeña maleta rosa que traje conmigo me dirijo hacia la salida, justo donde espera mi tía Isabelle, tan arreglada como siempre. Aun me pregunto cuánto tiempo se quedará en el pueblo.

—¿Necesitas ayuda con eso o puedes subirla al auto tu sola? —Vislumbro cómo la bufanda oscura rodea su cuello con delicadeza cuando se asoma por la ventana. De verdad que esta mujer siempre consigue verse bien.

—Puedo sola, gracias —con fuerza adentro las cosas al maletero y después vuelvo la mirada hacia la puerta de mi hogar, donde mi madre me observa con una sonrisa triste. —No me extrañes tanto, volveré en vacaciones —aseguro con un asentimiento de cabeza antes de abrir la puerta del copiloto.

—Eso espero, cariño —mi madre se acomoda el cabello castaño y con un movimiento de manos se despide. Esa es mi señal para subir al auto y emprender el viaje hacia la central de autobuses, en donde mi tía me dejará antes de volver al pueblo.

Me abstengo de ponerme los auriculares para no ignorar a mi tía, pero aprovechando que ella no dice nada, me limito a observar por la ventana del auto los grandes árboles que rodean la carretera hacia la salida de este pequeño pero pintoresco lugar. No noto a muchas personas en las calles y supongo que se debe a que es domingo por la tarde, lo que significa que la mayoría ya está dentro de sus hogares conviviendo en familia antes del inicio de semana que implica escuela, tareas y trabajo.

Aún recuerdo cómo precisamente los domingos solía quedarme en casa con mi madre; mientras ella nos preparaba chocolate caliente, yo me limitaba a leer los cuentos que ella traía de la biblioteca y, cuando su sueldo se lo permitía, ella compraba algunos a fin de mes, lo que me hacía la niña más feliz del mundo. Justo como dijo ayer, jamás comprendió cómo yo era capaz de pasar tanto tiempo leyendo, sin embargo, nunca estuvo en contra de ello, y siempre veía cómo hacerme feliz. Por eso y más le estoy totalmente agradecida, aunque muchas veces olvide decirlo.

Dejo escapar un suspiro y permanezco callada unos minutos, pensando ahora en lo que haré al volver. Aún no tengo claro cómo lidiaré con el corazón roto por más días, pero mientras Kian no se atreviese en mi camino sé que estaré bien. O bueno, al menos mejor de lo que estaría si lo viera frente a mí.

Muerdo el interior de mi mejilla y saco el móvil de mi bolsillo para revisar la hora y verificar que llegue a tiempo para tomar el autobús.

—Puedo llevarte hasta tu departamento si así lo deseas, Brielle —la suave voz de mi tía me hace volver la mirada a ella, quien despega los ojos de la carretera unos segundos sólo para mirarme, pero niego enseguida.

—No es necesario, tía, gracias.

—Oscurecerá pronto.

—Lo sé, no te preocupes, he pedido un taxi de confianza para cuando llegue —aseguro con una sonrisa y ella aprieta los labios no tan convencida, pero asiente.

—De acuerdo. Sólo no olvides llamar a tu madre cuando estés en casa. Se preocupa demasiado por ti. Más ahora que regresas sola.

Mis cejas se juntan levemente y extrañada pregunto:

Heridas que se desvanecen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora