Dalias en el hospital

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Los ojos grises se fijaron en la silueta de las aves que cruzaron el límpido firmamento, y Akutagawa por un instante deseó ser una de ellas.

Apenas iluminado por los rayos que se colaban entre las hojas del árbol bajo el que se refugiaba, su silueta enfermiza y solitaria pasaba desapercibida para el resto de los chicos de su edad, quienes disfrutaban de la clase de educación física entre risas y griterío. El profesor había decidido separarlos y, mientras los chicos jugaban al fútbol, las chicas pasaban el rato con sóftbol en un campo aledaño. Akutagawa se hallaba exento de participar en cualquier actividad física a causa de su enfermedad, así que permanecía solo y aislado, limitado a contemplarlos desde lejos y a aceptar que él no era un chico normal como los otros.

Akutagawa había nacido con pulmones débiles.

Desde su nacimiento, pasó más días en un hospital que en su propio hogar, y jamás fue capaz de recuperarse por completo; las alergias siempre fueron su peor enemigo, y un simple resfrío común podía dejarlo tumbado en cama por varias semanas. En consecuencia, tampoco era capaz de disfrutar los juegos que los demás chicos de su edad; desconocía la adrenalina de un partido de fútbol o alcanzar la rama más alta de un árbol, no estaba familiarizado con el golpe de la brisa sobre la cara al correr o montar una bicicleta; los deportes, el esfuerzo físico, pertenecían a un mundo distinto al suyo. No obstante, Akutagawa no se torturaba pensando en ese tipo de cosas. Cualquier cosa que requiriera trabajo en equipo y compañerismo no atraía su atención, así que se sentía cómodo con la opción de permanecer a un lado mientras sus compañeros reían y corrían libres por el campo.

«Hace calor...»

Pese a estar en las primeras semanas de primavera, los rayos de sol empezaban a quemar incluso si tan solo una semana atrás había nevado con fuerza.

—¡EEK!

Un súbito grito alcanzó sus oídos, y Akutagawa observó con perplejidad a Dazai correr huyendo de algo... o de alguien.

Dazai se detuvo viendo hacia los lados, en busca de un sitio en el cual esconderse y, cuando su mirada se topó con algunos arbustos, se ocultó tras ellos con rapidez. No mucho después, uno de los profesores alcanzó el lugar con una expresión irritada.

—¡Oe, Dazai! ¡Maldito...! ¡¿Dónde te has metido?! —al no hallar indicios del escurridizo estudiante, clavó los fríos ojos en Akutagawa, quien lo observó con expresión calma—. Tú, mocoso, ¿Has visto a un estudiante pasar corriendo por aquí? Es alto, delgado, tiene el cabello castaño, y...

—¿Se refiere a Dazai-senpai? —preguntó Akutagawa, y el maestro asintió. Señaló la cancha de fútbol donde se hallaba el resto de sus compañeros—. Acaba de irse por ahí.

El rostro del maestro enrojeció de furia y decidió ir corriendo hacia el sitio que le habían indicado. Akutagawa lo observó marcharse soltando insultos e improperios al aire, y Dazai abandonó su escondite de inmediato.

—¡Uff! —sacudió la cabeza para liberarse de las hojas que quedaron atrapadas entre sus cabellos—. ¡Me has salvado!

Akutagawa sonrió con suavidad mientras su senpai tomaba asiento a su lado, súbitamente tímido. Dazai no pareció reparar en esa repentina actitud a causa de toda la basura que se había encaramado a su cabeza en ese corto tiempo, pero una vez que se sintió seguro de que lo había conseguido, dejó brotar un pesado suspiro lleno de cansancio.

—Creo que podré descansar un poco antes que vuelva a encontrarme. Kunikida-sensei de verdad tiene energía y es agotador.

Akutagawa no respondió.

Sus ojos grises contemplaban los cordones de los zapatos como si fueran lo más interesante del mundo, y Dazai lo miró con cierta curiosidad.

—Tú eres... Akutagawa-kun, ¿Verdad?

Dalias para AkutagawaWhere stories live. Discover now