Aparco el coche frente a mi casa pero no me bajo, sino que apoyo mi cabeza en el volante, con un gran suspiro de cansancio. Veo la hora en el reloj digital del vehículo y me entran ganas de llorar.
7 de la mañana.
De reojo veo la pantalla de mi teléfono encenderse y empezar a vibrar, alargo mi mano para responder a la llamada y la pongo en altavoz y, acto seguido, la voz de mi mejor amiga rompe el silencio.
—Amelie, ¿dónde demonios estás?
—Diana, son las siete de la mañana, ¿dónde crees que estoy? —digo cogiendo el móvil y mi mochila negra, bajando del coche y dirigiéndome a la puerta. Frunzo el ceño al ver, aún en la calle, que la luz de la cocina se enciende.
—Se supone que tendrías que haberme enviado un mensaje hace diez minutos, ¿todavía no has llegado a casa?
—Acabo de llegar. Y no sé por qué estás tan empeñada con que te avise cada vez que llego a casa. Trabajo, Di, no me voy de fiesta y, además, conduzco, que no vuelvo andando —digo, bajando el tono, mientras abro la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido. En cuanto estoy dentro de casa, cierro con llave la puerta y dejo la mochila en el perchero que hay en la entrada de casa. Nada más dejar la mochila, escucho algo romperse desde la cocina. Escucho a Diana decir algo pero no la escucho: —Te llamo en unas horas, en cuanto me despierte. Sigue durmiendo, buenas noches.
Y cuelgo.
Meto el móvil en el bolsillo trasero de mis pantalones cortos vaqueros y me muevo hasta la cocina, donde veo a mi hermano encuclillado recogiendo unos trozos de cristal.
—Suelta eso, Marco, te vas a cortar —digo acercándome con cuidado de no pisar ningún cristal. Le quito con cuidado los cristales que tiene en la mano y los dejo a un lado para, después, coger a mi hermano en brazos y dejarlo encima de una silla. —¿Qué haces despierto tan temprano? —digo mientras me dirijo al armario de limpieza para coger la escoba.
—Tenía sed —es lo único que dice tras encogerse de hombros.
Le lanzo una mirada furibunda: —Tienes tus vasos de plástico en el mueble —señalo uno de los muebles de madera que hay bajo la encimera —y botellas pequeñas de agua en la nevera.
Pero como respuesta vuelve a encogerse de hombros. Tras un suspiro, tiro los cristales en el cubo de basura y agarro una botella plástica de la nevera y se la doy. Espero a que termine de beber y lo vuelvo a coger en brazos para llevarlo a su cuarto, que está junto al mío. Dejo a Marco en su cama y lo tapo con su colcha de Cars, le doy un beso en la frente y apago la luz, no sin antes encender un pequeño aplique con forma de media luna. Lo vuelvo a ver desde el marco de la puerta y me adentro en mi cuarto. Dejo mi camiseta de tirantes gruesos negra encima de la silla que está frente al escritorio, además del pantalón. Dejo mis zapatos desperdigados por el cuarto y me pongo, solamente, una camiseta fina vieja. Me acuesto en la cama, después de poner una alarma para dentro de unas horas, y me cubro con las mantas a la espera de quedarme dormida.
Tres horas después.
Siento que me mueven el brazo, intentando despertarme. Suelto un gemido lastimero y hago el esfuerzo de abrir los ojos. Cuando por fin lo consigo, giro mi cara hacia donde noto el movimiento insistente, la cara de mi hermano es lo primero que veo. Veo en sus ojos pena.
—No quería despertarte pero tengo hambre —dice haciendo una mueca. Asiento ligeramente y aparto las mantas de encima de mi cuerpo. Me levanto de la cama, apartando con delicadeza a mi hermano, me pongo mis zapatillas y veo los pies de mi hermano.
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¿Convertida? (Título temporal)
Hombres Lobo¿Qué pasaría si una noche sales de trabajar y alguien (o algo) te ataca y esa misma noche casi mueres? ¿Qué pasaría si ese alguien no es humano? Eso es lo que le pasó a África, una adolescente de 17 años con una vida normal y unos genes normales, o...