La despedida

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Mi hermana vive en Francia, aquel país en el que todo es dicho con cierta dulzura, cierta ternura que caracteriza al idioma nacional, y en donde habita la verdadera belleza.

Ella decidió marcharse un 26 de marzo, cuando solo era una joven de trece años en busca del sueño de una vida plena, dejando a su familia, incluyéndome a mí, obviamente, que en ese tiempo rondaría los siete años.

Aun recuerdo bien la suavidad de sus manos al rozar mis mejillas, y como se esmeraba en lograr que dejara de llorar cuando tenía hambre, o simplemente cuando quería su compañía.

Ella significo en mi vida una figura casi materna, debido a que mi madre trabajaba en la cosecha para una empresa de alimentos que quedaba a dos horas del pueblo. Su jornada era extensa, salía a las cinco de la mañana mientras yo aun dormia, y regresaba a las diez de la noche. Solo podia verla pocos minutos al día, así que mi hermana me cuidaba.

Fueron buenos días, los mejores y eso es claro. Hallaba en ella a un ser magnífico, una persona de cualidades muy grandes, educada e ingeniosa, perspicaz y muy astuta, lo cual le bastó para colarse en ese barco y dar un salto enorme hacia una nueva vida, desviar totalmente su rumbo.

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