Raven: En busca del mejor daimon

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El siguiente relato lo escribió Ushicornio para contar cómo se conocieron dos de sus personajes: Raven que es de MAT y Morag, que a ella podéis leerla en el libro de SEX^^. Este relato sirve para conocer un poco al maldito sexy sensual de Raven.

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Raven: 

Vacío.

Así me sentía. Completamente vacío. Despojado de sentimientos, ideales, motivaciones, sueños. No aspiraba a nada, ni bueno ni malo. Me había unido a MAT justamente por ello. Me daba un motivo, una razón. La razón de alguien más, claro: los delirios megalómanos de Irina de conquistar el mundo. Pero al menos era una causa por la que pelear. Una mínima luz a final del camino que me daba un motivo para despertar cada día y seguir siendo el cabrón psicópata que solía ser.

Hacía ya un tiempo que no teníamos buenas misiones, y por lo mismo, mucho menos jugosamente pagas. Para colmo de males, nuestro último trabajo, que se trataba de ubicar a un ángel caído que podía aportarnos una valiosa información, había fallado por la intromisión de la Inquisición. Incluso estuve a punto de matar un monje, y erré por pura mala suerte. La ira de Irina restelló con la fuerza de mil látigos cuando llegamos con esa funesta noticia. No es que me amedrentaran sus amenazas ni sus castigos, pero me fastidiaba bastante tener que soportar sus discursos enfurecidos. A partir de entonces nos sometió a mil pruebas para que nos ganásemos de nuevo su confianza. Pruebas y misiones fastidiosas, inútiles, complicadas en vano, pero había que hacerlas o nos podíamos considerar fuera de la organización. El último capricho de nuestra psicótica jefa era agregar un daimon al plantel (no si antes destacar que éramos todos unos inútiles y por eso quería reclutar más gente).

La verdad es que la raza de los daimons no era precisamente difícil de encontrar. No tanto como hallar un Brujo o un Dragón. La dificultad estribaba en que Irina no se contentaba con cualquier recluta que encontráramos, quería al mejor en su especie. Todos y cada uno de nosotros nos enfrascamos en una intensa búsqueda del miserable daimon, pero ninguno de los candidatos que le trajimos le apetecía a la jefa. Todos estábamos frustrados en extremo, y cansados de hacer estúpidamente de detectives personales. Pasado un tiempo, entre mis compañeros llegamos a tomarle cierto rencor a esa raza.

Un buen día me iluminé, y supe con quién tenía que hablar: Benedict Sawyer. Mi padre. No es que me encantara tratar con él, pero necesitaba hacer un trabajo impecable para que Irina olvidara mi fallo en la misión anterior. Así pues, me dirigí a EE.UU, Arizona, a una de las bases desperdigadas por el mundo que tenía Benedict, donde entrenaba a mis sotopocientos hermanos. La base en cuestión se hallaba muy apartada, en campos alejados, y protegida por infinidad de mecanismos. Entre ellos, reconocimiento de ADN. Al final el viejo era todo un familiero, pues solo los que compartían su código genético podían atravesar sus barreras.

—¡Raven! —chilló una vocecita en cuanto traspasé la puerta de entrada del edificio principal.

Hailey, mi pequeña e insoportable hermana de catorce años, corrió hacia mí en cuanto me vio y me saltó encima, echándome los brazos al cuello. Seguro me había visto llegar por las cámaras de seguridad.

—¡¡Te extrañé tanto!! —vociferó trabando sus piernas alrededor de mi cintura.

—No puedo decir lo mismo de ti —repliqué secamente, y la aparté de mí con fuerza, aunque ella forcejeó bastante antes de que lo lograra al fin—. ¿Dónde está Benedict?

—En su laboratorio, como siempre —contestó Hailey con un puchero, lastimada por mi rechazo.

—Genial, iré a verlo —esquivé otro de sus intentos de abrazo y seguí mi camino—. Ni se te ocurra seguirme, renacuajo.

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⏰ Última actualización: Jul 29, 2019 ⏰

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Donde Dios dejó su videocámara: M.A.T.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora