Abismos y cielos

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6:00 pm. El canto de las aves forma una hermosa melodía, la sinfonía provocada por el viento me aturde.
Gotas de sudor abundan en mi rostro, aunque el frío sea intenso. La penumbra de la noche me ciega y la ausencia de almas me atemoriza. El frío me quema, y la oscuridad me habla. La debilidad me condena a estar aquí por siempre.
La falta de calor comienza a sentirse y mi cuerpo empieza a sufrir de hipotermia mis huesos empiezan a caer en el congelamiento que el frío les ofrece, y mis ojos en el sueño eterno que el ángel de la muerte les quiere brindar.

Me encuentro en un mundo ajeno al mío, un mundo difícil de entender. Los días se han hecho más largos, mi rostro refleja bienestar pero mi corazón siente tristeza. Los míos me abandonaron en medio del desierto; decidieron continuar su trayecto e intentar sobrevivir sin mí. El mundo se tornó entonces macabro; en aquel momento decidí vengarme algún día.

Ahora recuerdo que tan ágil fui con el engaño, era experto en cambiar palabras por sonrisas y deseos por miradas. Era ágil en verdad, para controlar las emociones que tenía reprimidas en lo que yo llamo cosmos pero que los ignorantes llaman pensamientos.

El vacío me consume poco a poco. El frío es apocalíptico y un poco más.
La soledad es mi única compañía y mi sombra mi enemiga, La noche se sintió eterna y macabra; el frío decidía atacarme en pequeñas avanzadas de su presencia.
La luna triste gritaba mi nombre, ella pedía compasión por mí - no lo logro -.

Ahora camino día y noche buscando la respuesta de aquella pregunta que me ha perturbado siempre. Dos amaneceres y mi boca no conoce la frescura de aquel néctar fabricado por los dioses en el Olimpo y obsequiado a los mortales aquí en la tierra - el agua -.

Mis pies se han hecho frágiles con el pasar del tiempo, ahora cada paso que doy me deja sentir el dolor que muchos infelices padecen en el infierno de su cotidianidad. Mi piel reseca ya no da ni lastima y mi alma hecha pedazos le ruega a Dios un poco de misericordia.

Los nervios me empiezan a invadir poco a poco. El temor hace estragos en el interior de mi cuerpo, en lo poco de él que aún sigue intacto. Las huellas del pasado se han tornado macabras, la sangre invade mis pensamientos, oscuras sensaciones mueren dentro de mí. En un bosque de ensoñaciones oníricas, experimento una metamorfosis.

Cansado voy por el desierto; aquel desierto que yo mismo construí. Acepto que mi imaginación es grande pero no obstante reconozco que se encuentra superada por el dolor que hoy padezco.

Aquellos ojos azules que solían elogiar hoy ni se encuentran en condiciones de demostrar el dolor interno que he cargado y me cuesta dejar; mi mente es perturbada constantemente por aquellos monstruos que irónicamente yo mismo cree, a los que alimento con mi propio odio y rencor forjados como espadas en el mismísimo inframundo.

Me encuentro a diario en el borde entre aquella línea que me separa de la muerte, aquella línea que me trajo a la vida.

He callado muchas cosas, he evitado muchas otras, pero he resistido demasiado. Demasiado como para que los dioses hayan sentido un poco de compasión - no fue así -. Nunca lo fue. He decidido detenerme.

Sin poder encontrar ninguna respuesta. Me entregué a la meditación, a corregir mis pensamientos, mis adentros para así llamar al creador a entrar a mi corazón.

Dios me ha ofrecido misericordia y la felicidad que nunca tuve.

¡Es hora de partir hacia el cielo!
Que yo mismo he creado.

Cronicas de un NómadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora