Capítulo 1

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Personas Inusuales 


Miriam se sentía aturdida. Desde la ventana, contemplaba con gesto aburrido a los pocos vecinos que, a esas horas, daban vueltas en el parque, como parte de alguna loca rutina para "estar en forma". Cuando su abuela, desde el primer piso, la llamó por tercera vez para que bajase a tomar desayuno, supo que era momento de hacer caso.

La tercera llamada siempre era la definitiva.

Con once años recién cumplidos en febrero pasado, ese era el primero de todos que no pasaba en su amada Ayacucho, y ese cambio todavía le provocaba sentimientos encontrados. No le gustaba Lima, sus sonidos interminables a todas horas del día y de la noche, sus calles desoladas, las paredes pintarrajeadas de sus vecinos, ni el eterno gris de su cielo que bien llamaban por eso "color panza de burro".

No le gustaba el pan de la panadería, ni las canciones que sonaban por las radios, ni que cada tanto alguien se le quedase mirando con gesto de conmiseración o de asco por como pronunciaba la "rr".

El desayuno, un típico pan francés con relleno de huevos y cebolla frita, lo devoró en menos de dos minutos. Tardó un poco más en tomarse toda la quinua con manzana. Con la mente en algún lugar lejos de la estancia donde ahora se encontraba, se limitó a asentir a los consejos que su abuela le daba en esos momentos, y levantándose de la mesa con la vajilla y los cubiertos, los dejó en el lavadero antes de ir por su mochila.

Ni se molestó en lavarse los dientes.

Afuera, un ligero viento atenuaba el bochorno típico del verano. Los primeros días de abril no eran el infierno de sus primeros días en la ciudad, en que genuinamente había pensado que moriría sofocada en algún rincón de la casa, pero todavía traía consigo esa incómoda sensación de sudar demasiado. Así que decidió no correr y simplemente recorrer caminando, las cinco cuadras que separaban su casa de su flamante nuevo colegio.

Comparado con la gran unidad escolar en que había estado antes, encontró ridículamente pequeño el patio principal de la escuela. Que no hubiera todavía una sola alma en el lugar tampoco ayudó a sentir "animado" el ambiente ¿había llegado ella muy temprano o todos los demás eran unos tardones? No se detuvo a pensarlo demasiado, y en su lugar, decidió seguir recorriendo el espacio. Fue de esa manera que encontró en una de las esquinas un arco que daba hacia un patio más pequeño, con jardines de flores y tres graciosas puertas de lo que parecían oficinas. También allí el silencio era casi sepulcral.

Excepto que, en el centro mismo, sentado sobre uno de los muros de cemento que cercaba el jardín, un muchacho de cabello castaño se encontraba con la vista puesta en el cielo. No llevaba uniforme como ella, sino una campera de cuero y jeans gastados. Sin saber que más hacer, Miriam dio media vuelta, dispuesta a volver al patio principal, pero poniéndose de pie, el joven alzó la mano a modo de saludo.

—Primer día de clases ¿eh? Siempre son complicados.—

—Lo son.—

No supo qué le empujó a responder de forma automática, pero el chico sonrió ante su respuesta y su sonrisa iluminaba de tal forma su rostro, que Miriam pensó que no habría nada de malo en hacerlo sonreír todo el tiempo. Sin embargo, todavía inquieta por estar allí, a solas con un extraño que claramente debía sacarle unos ocho años mayor, decidió continuar con su idea inicial de salir. Nerviosamente, se llevó las manos hacia la trenza en que llevaba envuelto sus cabellos.

Una última pregunta ¿Qué mal podía hacer?

—¿También estudias aquí?—

El muchacho la observó detenidamente esta vez. Sus ojos eran verdes y oscuros, y fue solo cuando ella se fijó en ellos que le asustó notar el poco brillo que tenían. Tras un leve carraspeo, el muchacho se llevó las manos a los bolsillos.

La historia de una promesaWhere stories live. Discover now