[ u n o ]

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Era el fín de Minho. O al menos él lo veía así.

—¿Puedo pedir un cambio? —preguntó a la profesora, sin molestarse en mirar a su compañero asignado.

Bufó cuando la señora canosa negó apenas él terminó de hablar.

Sabía que sería un día difícil, desde la mañana, cuando se acabó el cereal y no había agua caliente.

Se giró repentinamente, sus ojos rastreando la última fila del salón hasta detenerse en la esquina, sobre un cohibido chico pelinaranja.

Lee Felix.

Minho se acercó hasta él y golpeó la mesa con su dedo índice varias veces.

—¿Somos compañeros? —habló Felix, haciendo su voz más profunda por los nervios y provocando un molesto zumbido en los oídos del pelinegro.

—Desde hace años, por desgracia. —rodó los ojos y se sentó junto al menor, sacando varias cosas de su mochila y dejándolas sobre la mesa.

Incluso había sacado su cuaderno de cálculo, sabiendo que estaban en clase de literatura. De hecho, ni siquiera tenía cálculo ese día.

Se convenció asi mismo de que su repentina torpeza era causada por su mal estado de humor, y no por el chico australiano a su lado.

Aunque si le daba más vueltas a la idea en su cabeza, el chico si tenía parte de la culpa, por la simple razón de ser él; de ser Lee Felix, la persona más estúpidamente molesta que Minho llegó a conocer.

Solo bastó con darle una mirada el primer día de clases para entender eso. Siempre caminaba con la cabeza gacha por los pasillos y pedía perdón por cualquier pequeño "incidente" aún si él no tenía la culpa.

Esa actitud era fastidiosa como la mierda para el joven Minho de quince años, y lo sigue siendo actualmente para el Minho de diecisiete años.

En conclusión, Lee Felix lo pone de mal humor.

No es que lo odie, odiar es una palabra muy fuerte para Minho, pero no sabe de que otra forma llamar a ese sentimiento.

Así que cuando sus amigos preguntan; él odia a Lee Felix.

Todos están al tanto de eso, incluso personas fuera de su círculo social. ¡Hasta la jodida profesora de literatura estaba al corriente! Por lo tanto no tenía idea de porqué los puso como compañeros de trabajo.

Inclusive el mismo Felix lo sabía.

—¿No pueden haber cambios? —preguntó en voz baja el menor.

Minho lo miró con el ceño fruncido al responder un bruto "no" entre dientes. ¿Por qué le molestaba que el chico pidiera un cambio?

No cabía duda, Lee Felix no le agradaba.

—¿Quieres que lo hagamos por separado y luego unimos ambas partes?

¡Mierda, no! Él debió proponer eso, él era el disgustado, no Felix.

—Si fuese de esa forma no habría porque formar grupos, ¿no lo crees? —habló usando un tono de voz burlesco.

Felix asintió mordiéndose el labio inferior mientras un calor de vergüenza lo envolvía por completo. Se sentía estúpido.

Se sentía estúpido al lado de Minho. No le gustaba estar cerca de él. Lo odiaba.

Y odiaba aún más la pobre razón de su antipatía hacia el mayor:

"Lo odio porque él me odia" ese era su absurdo motivo.

Felix quiso responderle, quiso cerrarle la boca, pero no lo hizo. Siempre se queda en el "querer" nunca va más allá.

—Bien —la ronca voz sacó de sus pensamientos a ambos chicos, haciendo que su atención caiga sobre la señora anciana frente a ellos. —. Apuesto mi salario mínimo de docente a que cada uno de ustedes no está felíz con la asignación de compañeros.

La gran mayoría asintió con la cabeza y soltaron cortas afirmaciones con alguna que otra queja.

Minho no lo hizo y aunque tuvo la curiosidad de saber si Felix formó parte del montón o no, no giró para verlo.

A pesar de la muchedumbre, la profesora siguió hablando. —Supongo que estarían mejor si tuviesen que trabajar con un amigo conocido, ¿verdad? —las afirmaciones volvieron a resonar. —Pues, que mal para ustedes. Esa relación de familiaridad anula su instinto competitivo, la mayoría de las veces. Y eso es lo que quiero, quiero una sana competencia por el mejor trabajo.

El salón se lleno de reclamos e incógnitas.

Minho elevó una ceja con interés ante la propuesta, y Felix se removió en su asiento algo incómodo.

—Además —agregó la profesora, elevando su voz sobre el bullicio. —, será una buena actividad para mejorar la relación entre algunos de ustedes —sus ojos se posaron momentáneamente sobre los Lee sentados en una esquina. —. Quiero que conozcan bastante bien a la persona con la que ahora comparten asiento. De hecho, quiero un proyecto aparte sobre su compañero también.

El lugar casi explotó en quejas. Esta vez, Minho se unió, soltando cosas que ni el mismo llegaba a comprender por todo el ruido.

La profesora miraba satisfecha la escena antes de agregar: —Se les darán puntos extras.

Dos simples palabras bastaron para que todos se callen y los que se pusieron de pie en señal de protesta volvieran a sentarse.

Puntos extras. La idea no dejaba de resonar en la cabeza de Minho. Era cierto que apestaba en esa materia y que levantar un poco la nota no le vendría mal. Sólo tenía que soportar un poco más al australiano, podía hacerlo, al menos por una nota mejor.

Una vez todo estuvo en calma, Felix se animó a preguntar. —¿Lo hacemos en tu casa o en la mía? —Minho mostró un atisbo de sonrisa y Felix se apresuró a corregir. —E-el trabajo, me refiero.

—Donde quieras, no me importa.

Felix agradeció silenciosamente el obtener esa respuesta. Si tenía que ir a casa del mayor seguramente le daría un ataque de pánico, estaba casi seguro de que se sentiría mejor en su campo de batalla; su casa.

Minho no podría comportarse mal con él si estaba en una casa ajena, ¿verdad?

—Entonces en la mía. —aún cuando estaba super seguro de quererlo así, su respuesta sonó más como una pregunta.

Minho lo miró por unos segundos y asintió, pero tenía un mal presentimiento de adónde los llevaría todo eso.

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Quiero que sepan que yo no corrijo faltas de ortografía, cjau.


Hate ➤ MinlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora