Decir Adiós

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Hoy me levanté, me cepillé los dientes y bajé a desayunar como todos los días, saludando a mi madre y a mi padre por el camino. Pero ese día no sería como todos, ese sería el primero de mi nueva vida. Me despediría de mis padres, de mis amigos, de mi casa, incluso de mi país para irme a Estados Unidos con mi hermana a estudiar la carrera que tanto soñé, en la ciudad que tanto soñé, Nueva York.
En el último mes nos habíamos encargado de todo. Alquilar un piso de dos habitaciones que pudiésemos pagar y en el que estuviésemos cómodas. También estuve mirando algún sitio presentable donde pudiera trabajar medio tiempo, y encontré una cafetería llamada "The Boulevard", que me queda cerca de la universidad y a una media hora de casa. Lo tenía todo arreglado, pero eso no quitaba los nervios que sentía creciendo en mi estómago desde la noche anterior.
Supe que mi hermana, Alba sentía lo mismo solo con mirar su cara de añoranza mientras bajaba por las escaleras, me lanzó una sonrisa triste y yo se la devolví, como dándonos consuelo mutuamente con la mirada.
No nos entiendan mal, estamos muy contentas de tener la oportunidad de asistir a una universidad en el extranjero, pero es duro dejar toda una vida detrás para comenzar de nuevo en un lugar desconocido.
El desayuno fue tranquilo, casi parecía un día común en la familia Méndez. Los alimentos saludables de mi madre y las típicas bromas malas de mi padre, esas que siempre nos hacían reír a carcajadas. Pero en mi mente no se sentía de ese modo, ya que estuve intentando capturar todos esos pequeñísimos detalles que conforman la rutina matutina de nuestro hogar, sabía que no los volvería a tener en un tiempo.
El viaje al aeropuerto fue silencioso, solo se escuchaba de fondo I Have Nothing de Whitney Houston, una canción antigua de esas que a papá le encantaba.
La despedida fue lo que me esperaba, fuertes abrazos con sentimientos aún más fuertes y un intento monumentalmente fallido por no llorar.
Una voz de fondo devolvió a todos a la realidad avisando la última llamada para el vuelo a Nueva York.
Alba y yo nos dimos las manos fuertemente y avanzamos entre la gente sin mirar atrás.
Ya había llegado la hora, a partir de que nos montáramos en ese avión ya nada sería lo mismo y las dos lo sabíamos.

Ya había llegado la hora, a partir de que nos montáramos en ese avión ya nada sería lo mismo y las dos lo sabíamos

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